La denuncia por parte de la PIC de que la instalación de un ascensor del TRAM en la isleta de la Plaza de los Luceros, muy cerca de la fuente, rompe la bella perspectiva tradicional desde la Avenida de la Estación, ha dado lugar a diversas tomas de posición, que van desde el rechazo absoluto de la iniciativa hasta su justificación administrativa. El tema merece de atención porque, precisamente, afecta a un hito simbólico esencial de la ciudad. El asunto podría tener menos importancia si no fuera porque en los últimos lustros hemos asistido a tanta adulteración o destrucción de referencias ciudadanas que es difícil menospreciar esos gestos: todo estudioso de las ciudades recalca la importancia que para la convivencia urbana tienen tales puntos, pues es en torno a ellos donde se produce, en gran medida, el "sentido" que pueden aportar las urbes, permitiendo que sean algo más que indisciplinadas aglomeraciones de edificios. El respeto a tales lugares es un termómetro del respeto que la ciudad tiene por sí misma y, por supuesto, de la seriedad y cultura de sus gobernantes. Desde este punto de vista trataré de explicar algunas ideas.

Nadie pone en duda la necesidad del ascensor: su uso será imprescindible para personas con discapacidades, mayores, etcétera. Es loable que ello sea tenido en cuenta, pues no puede decirse lo mismo de toda la trama urbana, algunos edificios públicos, etcétera. Pero este hecho, en sí, nos advierte de las dificultades que supondrá para muchos de estos usuarios tener que atravesar la plaza. Si sumamos esto a la desfiguración de un espacio público sensible debo concluir que el TRAM se ha equivocado. Ello contrasta con otras de sus actuaciones que han merecido el aplauso general, por contribuir a regenerar el paisaje urbano con intervenciones originales y meritorias. Hablamos, pues, de un caso particular y no cabe una generalización que ponga a nadie a la defensiva.

Lo sorprendente es que, ante las críticas recibidas, el único argumento relevante, al que se ha sumado con énfasis nuestra alcaldesa, sea que hubo una exposición -una maqueta- del trazado y nadie protestó. Que yo sepa no se ha dado un imperativo técnico que explique la inevitabilidad de la ubicación del elevador. No dudo de que razones de comodidad la justifiquen, pero ello no excluye que no pueda adoptarse alguna variable, llevándolo a la acera de la avenida o de la misma plaza. Pero, desde luego, es falaz y demagógico desdeñar la misma crítica porque no se produjo anteriormente. No tengo muy claro si la maqueta cumplía una función administrativa de exposición pública que podría haber dado lugar a alegaciones formales. Pero, en todo caso, ello debería ser un asunto menor. No estamos hablando de un PAI o del desarrollo integral de una línea del tranvía, sino de una actuación puntual. Y no puede pedirse a los ciudadanos "normales" que sean capaces de interpretar la escala, la incidencia en la perspectiva, etcétera, de un elemento aislado. La protesta, lógicamente, se produce cuando se aprecian los efectos -y antes de que la obra concluya-.

Pero si la defensa del TRAM es así de débil, que la alcaldesa la haga suya es una declaración de impotencia. Porque no sabemos si a ella le parece bien o mal la instalación, y eso debería ser lo primero que tendría que aclarar, aunque, desde luego, no ha dicho que le guste. Pero si le parece mal es ella, con los medios técnicos de que dispone, quien debería haber alegado. Olvida que cuando la exposición se celebró ella era concejala de Urbanismo y responsable de la evolución de la ciudad; olvida su promesa de que la belleza urbana sería una de sus prioridades como primera edil: ¿dónde ha estado la Concejalía de Estética en este debate?, ¿considera Castedo que esto es una aportación a la mejora estética de la ciudad? El problema de fondo es que el Ayuntamiento nunca ha debatido sobre el trazado y otras circunstancias del TRAM, una de las obras más esenciales para el futuro de Alicante. No es extraño que, ante ese desinterés, ni como concejala de Urbanismo ni como alcaldesa, haya sentido la menor motivación para defender algunas cuestiones. Ni se fijó, vamosÉ si es que miró la maqueta.

Por ello ha proferido una opinión tremenda, que aclara mucho sobre su visión de las cosas: como lo importante no es lo que se haga en la ciudad, sino sus posibles efectos electorales, ha acabado proclamando que "ya nos acostumbraremos" a la desfiguración de Luceros. Quizá muchos ciudadanos lo hagan, integrando la nómina de resignación que tan mal nos sienta, pero otros no nos vamos a acostumbrar, mal que nos pese. Como no nos hemos acostumbrado a otras desgracias, como no nos acostumbramos a la destrucción del Gobierno Militar -firmada por ella- o a la fachada del Casino -ante la que no ha habido protesta municipal-, por sólo poner dos ejemplos próximos. Aquellos que amamos a Alicante, aquellos que queremos que la ciudad tenga autoestima, aquellos que queremos una ciudad guapa, guapa y guapa, no nos vamos a acostumbrar. No sé si seremos muchos o pocos, pero lo mismo merecemos hasta un respeto. Por ello me atrevo a pedirle que recapacite y entienda que todo lo que sucede en Alicante es materia suya, aunque dependa de sus jefes autonómicos. Y que medie para buscar una solución razonable. Lo mismo le ayudaba a configurar una imagen electoral positiva; mejor, en todo caso, que si el lema de su campaña fuera "¡Acostúmbrate, tonto!".