El mayor problema político que tiene la Comunidad Valenciana no es la corrupción enseñoreada de las instituciones gobernadas por el PP, sino la ausencia de esperanza social en que ello pueda cambiar. En efecto, la corrupción envenena cuanto toca, y, entre nosotros, provoca unos terribles efectos en cadena: políticos y empresarios se vuelven sospechosos, no hay confianza para buscar salidas a la crisis y las instituciones son inoperantes cuando más necesarias son. Pero en un sistema político democrático esas perversas desviaciones deben resolverse con un ejercicio de responsabilidad política -además de la judicial, en su caso-. Pero la responsabilidad política de un partido que gobierna con tanta fuerza y desparpajo como el PP no se pide, no se suplica: debe imponerse por una oposición que, gracias a tanto desconcierto del adversario, debe mostrarse pujante, dispuesta a tomar en cualquier momento el relevo en el poder.

Dicho de otra manera: nunca, desde que perdió la Generalitat y las principales instituciones locales, el PSPV lo ha tenido mejor para derrotar al PP. Y, sin embargoÉ Sin embargo no se lo cree. Las encuestas conocidas apuntan a otro triunfo conservador. Y lo que es peor: en ningún momento el PSPV está siendo capaz de promover en la calle una pulsión de cambio. La concreción es que nos encontramos con un bloqueo político de la mayor magnitud. Si esas mismas encuestas identifican a Camps y a sus seguidores como tramposos y mentirosos, si se asume mayoritariamente que la corrupción anida en el PP y en sus circunstancias y, al mismo tiempo, no se otorga crédito al PSPVÉ ¿qué pasará en las propias elecciones? Nada nuevo: que el partido identificado mayoritariamente con la corrupción volverá a gobernar, aunque sea desde el asco. ¿Qué harán los socialistas entonces?, ¿decir que el pueblo valenciano ama la corrupción? Antes que caer en ese ridículo sería mucho mejor que reflexionaran sobre un hecho bastante sencillo: en democracia, al menos, juegan dos, y los resultados obedecen a una larga y permanente interacción. Incluso si quisiéramos ser tolerantes con las más desmovilizadoras simplificaciones, ¿no ha tenido el PSPV varios lustros para hacer algo de pedagogía política, alentando en la población rebeliones suficientes frente a la corrupción?, ¿no conoce de mejor estímulo para atraer votantes que ir por la vida sospechando de sus intenciones? Quizá nos encontremos, en mayo de 2011, con una fuerte abstención de anteriores electores del PPÉ y de anteriores electores del PSPV, llevados de la ola general que apunta en ese sentido en España, reforzada aquí por la debilidad crónica del socialismo valenciano. Todos bajan: pierde la izquierda.

Por supuesto que el PSPV ha sido activo -tras iniciales titubeos- frente al caso Gürtel. Pero esa actividad se ha circunscrito, muy esencialmente, a les Corts, lo que es manifiestamente insuficiente. El PSPV ni ha intentado -¿se les ha ocurrido?- acudir a la sociedad civil, en actos abiertos, en reuniones con sindicatos, empresarios y otros colectivos, con iniciativas imaginativas, a explicar las causas y los efectos del ciclo de corrupción, a buscar complicidades que convirtieran a miles de personas en agentes activos contra las corruptelas y sus actores, en lugar de ser meros ciudadanos pasivos, cabreados frente a los ferraris, los relojes y los trajes. El PSPV no ha intentado tampoco -y si lo ha hecho lo ha hecho muy mal, porque nadie lo ha apreciado-, ligar corrupción y crisis, ni, por supuesto, formular alternativas políticas serias contra esa crisis en las condiciones concretas del País Valenciano. Salvo, claro, que piensen que hacer política consiste en que algunos cabecillas salgan retratados en un publirreportaje, poniéndose la medalla del "Plan E", que -ya está bien- no es de Zapatero, sino de nuestros impuestos -y el que el PP recurra a tales mecanismos en nada les redime: sólo muestra que imaginan la política de una manera similar a la del PP-. O sea: que sin movilización del partido -de todo el partido- y sin política alternativa va a ser muy difícil que la factura del desastre la pague el PP.

Ante ello las reacciones de los dirigentes del PSPV consisten en regresar a puerto seguro. Ya están donde solían: clavándose puñalitos, desenfrenadamente lanzados a la descalificación mutua y a colocarse en las listas en buena posición. Ya es imposible hablar con algún dirigente sin apreciar que su afición prioritaria consiste en criticar a otro compañero/a. Y todos se van posicionando por oposición a otro grupo: ya han montado el enésimo laberinto de espejos distorsionados. Esperar unidad de mensaje es imposible y en los grandes temas juegan al cortoplacismo más esperpéntico, directamente relacionado con las expectativas internas. Debo reconocer que esto lo hacen muy bien, pues, al fin y al cabo, tienen una dilatada experiencia. En nada todos estarán tuertos con tal que el colega esté ciego. Y para muchos, en este momento, la culpa la tengo yo y unos pocos más, que, por alguna extraña razón, seguimos ocupándonos de ellos, en lugar de dejar que se deslicen definitivamente, en su entretenida modorra, hacia la total irrelevancia.