Cuántas veces al día hay que mirar la hora para amortizar un reloj de más de doce mil euros? ¿Cuántas veces a la semana hay que limpiarse la suela de los zapatos para rentabilizar un felpudo de 800 euros? ¿Cuántas horas al mes hay que pasarse frente a la tele para que resulte rentable la compra de un aparato de dos millones de pesetas? Podríamos prolongar esta cadena de interrogaciones si pensamos que Jaume Matas, además de relojes caros, televisores de lujo y felpudos aparatosos, tenía (y tiene presumiblemente) un verdadero almacén de bolsos de marca, una auténtica bodega de vinos exquisitos y unas cortinas cuyos flecos costaban lo que a usted le cuesta la hipoteca de su piso.

El almacén al que nos referimos no era una nave situada en el extrarradio de Palma de Mallorca, sino un palacio de piedra que, aun a precio de saldo (como él asegura que lo compró), costaba un ojo de la cara. Entre las riquezas acumuladas por este insigne hortera, hay que incluir -según ha revelado en "Público" Ignacio Escolar- un número indeterminado de escobillas de retrete que valían la friolera de 375 euros la unidad. ¿Cuántas veces al día, y con qué fuerza, hay que limpiar el retrete para que merezca la pena una inversión de ese calibre?

Cuando nos imaginamos al pobre Jaume Matas intentando rentabilizar todos esos gasto, lo vemos yendo histéricamente de un lado a otro del palacio, ora para observar la tele de dos millones, ora para consultar compulsivamente la hora de un reloj de péndulo, ora para descorchar nerviosamente una botella de Vega Sicilia, ora para limpiarse el culo con las cortinas de raso, ora para quitarse los excrementos de los perros de lujo en los felpudos de oro. Y lo que es peor: lo vemos agachado sobre la taza del retrete dándole a la escobilla de 375 euros para limpiar una caca vulgar, pues su caca, no por ser presidente, era más cara que la de cualquiera de nosotros. Es posible incluso que oliera peor que la de un ser humano normal. De momento, todas las noticias relacionadas con ese palacete de varios millones de euros, adquirido milagrosamente con un sueldo de 84.000 euros anuales, echan una peste que mata.