Pongamos que tengo grandes y verdaderos amigos de los que no me canso de presumir. Pongamos que uno de ellos se llama Toni Navarro y que nos conocemos desde el colegio, desde la más limpia infancia. Pongamos que iba un curso por delante de mí y que nos veíamos en los recreos y en las competiciones escolares. Pongamos que era un loco del deporte y que, pese a su singular estatura, practicaba el baloncesto y el balonmano con admirable optimismo. Pongamos que el tiempo o la vida, tanto monta, nos separó durante más de veinte años. Pongamos también que el azar nos procuró un encuentro hace casi diez en un restaurante del centro de la ciudad. Pongamos que apenas nos reconocimos en un primer momento y que luego, eso sí, nos entregamos con vehemencia a una amistad que, hoy por hoy, resulta asquerosamente invencible y ejemplar.

Pongamos que desde hace casi una década Toni acude a mis llamadas con la lealtad de los infalibles y que yo hago lo propio con sólo un gesto suyo, con un simple aviso de que me necesita. Pongamos que hace unos años, una oportuna jugada municipal, lo involucró, de la noche a la mañana, en el proyecto deportivo del Club Balonmano Mar Alicante. Pongamos que él aceptó por dos poderosas razones: su infinito amor a la ciudad y su incorregible altruismo. Pongamos que desde la presidencia del mejor equipo femenino que ha dado Alicante en los últimos años, también nos metió a los amigos en el saco de las ilusiones y en la directiva del Mar. Pongamos que temporada tras temporada, con toda la presencia posible, hemos estado ahí y nos hemos deleitado con los éxitos de un conjunto emergente y cada vez más asentado en la División de Honor de la liga ABF.

Pongamos que la cosa ha ido lejos, muy lejos, y que este año y esta nueva temporada, por primera vez en su historia, el Mar se ha metido en Europa y ha empezado a competir con los grandes del continente. Pongamos que la semana pasada debutamos con un esperanzador empate (28-28) en Serbia y que hoy, 8 de noviembre, a las 13 horas, en el pabellón Pitiu Rochel de la capital, las chicas del conjunto alicantino, Toni, el club y todos los aficionados que sientan algo, aunque sea una emoción pequeña, minúscula, por el equipo, nos la jugamos ante el Kikinda, el conjunto serbio al que toca ganar.

Pongamos que es el momento -ni lo dude- de que usted y los demás se enganchen al balonmano femenino. Pongamos, como dice el presidente del conjunto blanquiazul, que es una cita histórica y que ha llegado la ocasión de que mate la curiosidad de ver a deportistas profesionales, a verdaderas luchadoras, batiéndose por lograr un título francamente valioso y trascendente para la ciudad, para el club y para todos.

Pongamos que oportunidades de esta naturaleza no se dan todos los días y que si algo genera y salpica un equipo como el Mar Alicante es ilusión y solemnes momentos. Pongamos que es así, como le digo, y que si usted no acude un día como hoy, 8 de noviembre, a la cita que le estoy proponiendo, le echaremos de menos y -lo que es peor- hasta podemos pasarlo mal sin su presencia y sin sus gritos de ánimo.

Pongamos que todo esto es verdad, que la amistad existe, está ahí, sigue ahí como el dinosaurio de Monterroso. Pongamos que he visto a Toni más volcado que nunca -y ya es decir- con sus chicas y con el sueño europeo en el que andamos metidos. Pongamos que las jugadoras del equipo adversario, especialistas en lanzamiento exterior, van a ser contrarrestadas por un muro antiataques y que nuestras muchachas no caerán de nuevo en la trampa de la precipitación. Pongamos que el Mar, ante la cita más importante de su historia, va a actuar con pulso firme, a pesar incluso de la lesión muscular de Bea Fernández y del resfriado de Nuria Benzal. Pongamos que el estado anímico del conjunto se encuentra al cien por cien.

Pongamos que hoy ganamos y nos plantamos en octavos de final de la Copa EHF, así, como quien no quiere la cosa. Pongamos, pongamos, pongamos, pongamosÉ