No sé qué pasará al final con el niño Moisés, su familia, la querella criminal que le ha caído a sus padres (espada de Damocles de cuatro años de trullo incluida) por desobediencia a la autoridad y sustracción de menor, la resolución de desamparo del magistrado por grave riesgo para su vida y la propuesta de un endocrino de ocuparse personalmente del caso sin arrancar al niño de su entorno familiar, para no agravar aún más su situación creándole un trauma sobreañadido.

Lo último, lo del endocrino, suena a lo más sensato de todo lo hasta ahora dicho, pontificado, advertido, amenazado y sancionado en relación con el drama del niño Moisés. Un drama tan gordo como él mismo, que ya es decir. Y siento alinearme una vez más del lado de lo políticamente incorrecto, y una vez más disentir de las opiniones de los oficialmente expertos. Siento una vez más cuestionar decisiones aparentemente irreprochables que atañen a las personas más frágiles y vulnerables y que, con toda probabilidad, pueden provocar en ellas un daño mayor del que se pretende evitar.

Y por supuesto también siento tener que resaltar, una vez más, que demasiadas decisiones oficiales sobre menores se toman desde un despacho, bajo parámetros no sólo institucionales sino institucionalistas, y sin tener en cuenta elementos de fundamental importancia para el caso. Por ejemplo y refiriéndonos al niño Moisés, que para una familia gitana, según su ancestral cultura (de la que a lo mejor los payos tendríamos bastante que aprender) hay dos intocables e irrenunciables pilares básicos que se defienden a ultranza, con la propia vida y hasta con las vidas del clan familiar si es menester: los niños y los viejos. Y ojo, que no estoy aplaudiendo el hecho de que los padres de Moisés se hayan enfrentado directamente a la Ley, desobedeciéndola; pero sí estoy tratando de ofrecer una explicación lógica, plausible y comprensible de por qué Moisés y sus padres han desaparecido, y de por qué hay tantas probabilidades de que sigan ocultos. A saber: porque no hay gitano dispuesto a colaborar para que un niño sea arrancado de su casa e internado en un centro a la fuerza y contra la voluntad de su gente.

Ya, ya sé que "nadie está por encima de las leyes". Pero, con perdón, una piensa que las leyes tienen que estar hechas para los hombres, y no al revés. Quiero decir, que no se deberían aplicar con los ojos vendados, por mucho que así se represente a la señora Justicia, aunque no sea más que por aquéllo de "si un ciego guía a otro ciego los dos caerán en el hoyo". Y a lo peor aquí el hoyo es que Moisés, al ser ingresado en un colegio aunque sea temporalmente, sea expuesto por su obesidad a las burlas implacables de los otros niños, la infancia es cruel, con lo cual es más que probable que su autoestima resulte dañada de por vida. Y a lo peor esta ceguera legal empieza por no contemplar la realidad de una sociedad (la nuestra, paya) en la que hasta hace cuatro días eran el evangelio refranes como "no hay mejor espejo que la carne sobre el hueso", y en la que los michelines de los bebés aún son celebrados como paradigma de salud.

¿Que la de Moisés corre un grave riesgo si no adelgaza? Pues claro. Pero, ¿sacarlo de su casa, exponerlo a las burlas de los compañeros del centro y someterlo a una dieta de pocas calorías y mucho ejercicio solucionará el problema? Pues tengo mis muy serias dudas. Porque ustedes ya han visto en la tele al padre de la criatura, que también está hermoso de carnes por decirlo finamente. O sea que por lo que habría que empezar es por cambiar los hábitos alimentarios de esa familia: y eso es jusamente lo que propone el bendito (y muy cuerdo y sensato) endocrino, doctor Suárez creo que se llama. Porque él como médico sabe muy bien que en la obesidad influyen tanto los hábitos y la herencia genética como el estado anímico, por lo que a un niño angustiado por la impuesta separación de los suyos será mucho más difícil hacerle adelgazar. Algo que, dicho sea de paso, Moisés ya lleva un tiempo haciendo, y por lo que tanto él como su familia se han comprometido públicamente a luchar hasta lograrlo.

Y digo yo, ¿no estaremos hablando de un pulso entre la familia de Moisés, y por extensión de toda una cultura, y la Fiscalía de Menores? Porque lo que fiscales, magistrados, psicólogos y demás sostienen sobre salvaguardar la salud de Moisés es altamente encomiable, por supuesto. Pero sonaría mucho más convincente si también se metieran en serio a controlar la bollería industrial, las hamburguesas, las chuches y el resto de grasientas cargas de profundidad que están haciendo de nuestos niños un hatajo de gorditos, futuros aspirantes a operaciones de resección de estómago o colocación de balones intragástricos. De modo que una piensa que donde Moisés mejor puede estar es con su gente, descubriendo todos juntos las ventajas de la lechuga y las acelgas, bajo la sabia dirección del endocrino y la supervisión de algún/a profesional que se dé regularmente una vuelta por la casa a la hora de comer. Y así los expertos en protección del menor tendrían más tiempo para perseguir pedófilos, y para reconsiderar cosas que a la gente ignorante en leyes nos chirrían (y cabrean) tanto como lo de rebajarle la condena a "Nanysex".