El llamado "caso Gürtel", además de jueces y psiquiatras, necesita de filólogos con el espíritu escrutador de los protagonistas masculinos de "My Fair Lady", el profesor de fonética Henry Higgins y el coronel Pickering, estudioso este último de los dialectos de la India. Al cabo, el profesor Higgins se dedicaba a lo mismo que la policía judicial en España: a recoger conversaciones, y mediante ellas descifrar el sistema de comunicación de individuos que comparten determinadas normas. Cualquier filólogo sabe que el estudio del lenguaje permite conocer la mentalidad, formas de vida y valores de sus hablantes. Higgins podía identificar el origen de cualquier persona por su acento.

El buen filólogo no sólo estudia las palabras, sino la gestualidad y un conjunto de detalles complementarios, porque gestos y gustos cumplen funciones comunicativas. Gestos: aplausos enfervorizados, abrazos con redoble de palmadas, pasar la mano por el cogote mientras las caras se aproximan en una sonrisa abierta, gustar de los cuellos almidonados, de los trajes con presilla italiana, de los coches de gama alta y de un nivel de cutrerío espectacular y estremecedor. Y costumbres: es útil para las investigaciones filológicas escuchar al Bigotes cómo afirmaba que es bueno para el negocio del trapicheo contar con chicas "que follen como los ángeles"; pero lo es más oír a Fernando Correa ( "Don Vito", por mal nombre) narrar el despelote de La Nucía, con su alcalde, Bernabé Cano, como supuesto protagonista. Higgins y Pickering hubieran anotado en sus cuadernos de campo algunas expresiones dignas de consideración: que el alcalde tiene montado allí "un choco" "de la hostia" con pantalla gigante, jacuzzi y sauna; y que en la fiesta a la que asistió Correa, con el entonces director de Canal Nou y un socio de Alejandro Agag, para celebrar un pelotazo urbanístico en el que esperaban contar con la colaboración "del "hijoputa" de Esteban Pons", les acompañaron "cinco tías impresionantes", y "todos estábamos allí en pelotas, cada uno con una tía".

Si Higgins y Peckering hubieran ampliado su estudio a lo que ya sabemos de la tercera parte del sumario Gürtel hecha pública y hubieran analizado el lenguaje de los imputados, habrían llegado a la conclusión de que todos los que entran y salen de ese patio de Monipodio son ladrones y valentones salidos de las páginas de "El diablo cojuelo", el "Guzmán de Alfarache", o "El Rufián dichoso"; es decir, de nuestra mejor literatura picaresca. Tanto es así, que cabe imaginar que las siglas PP, en lugar de significar "Partido Popular", podrían corresponder al Partido de los Pícaros. A lo largo de los miles de folios encontramos la misma red rufianesca con los mismos actores que responden a las categorías (de menos a más) de chulo, forgolín o compañero del rufián, hasta llegar al jaquetón, con sus atributos de fanfarronería campanuda, abundancia de baladronadas y charlatanería autojustificativa.

Lazarillos, Guzmanes, Estebanillos, Pablillos, Rinconetes y Cortadillos han vuelto a la vida, y se oye de nuevo el consejo que diera hace más de cuatrocientos años Guzmán de Alfarache: "Quien se preciare de ladrón, procure serlo con honra, no bajamanero, hurtando de la tienda una cebolla". En el lenguaje soez, marginal, agermanado, redivivo en las conversaciones ahora desveladas para felicidad de la filología, se "apalancan" comisiones, y luego el beneficiario tiende a "apalancarse" en el cargo; corre la "guita" y el "parné"; se contratan "amazonas, burracas y jamelgas" para hacerle "un traje de saliva" al cliente o humedecerlo en "lluvia dorada"; se aceptan "carros", "bugas" o "najarines" de lujo; se regalan "pelucos" de 20.000 euros para que el truhán presumido y perifollo "ronee" entre las "chorbas", "maromos" y "chatis" que forman la "basca" de la pijolandia valenciana, donde todo es "guay", "chachi", "dabuten" y "de puta madre". Intentan persuadirnos de que todo es un montaje, y a eso se le llama "contar películas", "comer el coco" o "currar la página" amiga o cómplice del periódico o de Canal Nou.

Quevedo, que de pícaros y de ambientes hampones sabía "un huevo", ya dejó escrito en unos versos que Correa podía ser como el cómitre de una galera: "en casa de las sardinas, / en un armario de azotes, / que en las galeras de España / donde el capitán Correa / da mal rato con su nombre".

En la madrileña calle Génova, Alonso Salas Barbadillo, que llevó vida licenciosa y pendenciera en los tiempos turbulentos del capitán Alatriste, y que ahora ha resucitado con su barba y bigotes, ha dejado una nota fijada en la puerta del Partido Popular que reza: "Aquí vive Mariano Rajoy, protopaciente por cuyas manos pasan todos los despachos de esta calidad sin inmutarse".