La mayoría de las veces al ser humano le asisten varias opciones antes de tomar una decisión -salvo casos de violencia, fuerza mayor, extrema necesidad...-, de manera que resulta difícil alegar desconocimiento, sorpresa o falta de elementos de juicio cuando, una vez tomada aquélla, se equivoca. Es el concepto "tomista" y teológico del libre albedrío. Y cuanta más formación se tiene, más asesores, más medios y más poder intelectual, económico o político, menos excusas caben sobre la decisión tomada. De ahí que suponga un cínico insulto a la inteligencia de los demás, un auténtico desafuero, escuchar las delirantes excusas y zafios sofismas que emplea la clase política para justificar sus numerosísimos yerros. Lo mismo si se trata de decisiones públicas que estrictamente privadas. Una innecesaria ofensa a soportar por el pueblo que les vota, que les paga y al que deberían servir.

Y todo es por el grado de endiosamiento, la borrachera de vanidad y el púlpito de soberbia en que están instalados. En cuanto huelen el incienso del poder, por débil que éste sea al principio -con la esperanza de ir subiendo en la jerarquía: militante y militanta de base, concejal y concejala de pueblo, asesor y asesora sin función, llevador y llevadora de carteras, portavoz y portavoza de grupo mixto, vocal y vocala de Cajas de Ahorro, gerente y gerenta de opereta, diputado y diputada autonómico, consejero y consejera, senador y senadora, miembro y miembra de gabineteÉ hasta presidente y presidenta del Gobierno, una escalera en la que cada vez te pisan menos y pisas más-, sufren una mutación que los vuelve irreconocibles a la par que presuntuosos.

Hablo del libre albedrío a raíz de ciertas reacciones habidas contra al auto dictado por el TSJ exculpando a Camps (concejal de Tráfico, diputado, conseller de Cultura, secretario de Estado, delegado del Gobierno y presidente de la Generalitat) del delito de cohecho impropio, figura jurídica más que curiosa. Desde que Garzón comenzara la instrucción del llamado caso Gürtel (correa en alemán, por Francisco Correa, uno de los presuntos cabecillas de la trama, en prisión por estos hechos), hasta el auto dictado por el magistrado José Flors poniendo a Camps al borde del banquillo, todos en el PSOE, todos sin excepción, exigieron al PP el máximo respeto por los jueces y las decisiones judiciales. Así debe ser cuando creemos en la independencia de la Justicia, en la honestidad y libertad de los jueces. Eran tiempos en que las medidas adoptadas agradaban al partido de Zapatero. Ni Fernández de la Vega, ni Leire Pajín, ni Ángel Luna objetaron nada contra las mismas o quienes las dictaron. ¡Honor a la independencia judicial, respeto a sus decisiones! Digno de aplaudir. Fácil de olvidar.

Pero, ¡ay amigo!, en cuanto la primera resolución les ha sido adversa -el auto del TSJ-, los sagrados principios mudan de traje. Así, la vicepresidenta De la Vega (militante en su día del PSUC -comunistas catalanes-, secretaria judicial, magistrada por el cuarto turno, vocala del Consejo General del Poder Judicial, secretaria de Estado de Justicia, diputada por Jaén, luego por Segovia y después por MadridÉ) frunce el ceño, abronca al PP exigiéndole "menos gracietas y más respeto por los ciudadanos" y anuncia que la Fiscalía General del Estado recurrirá en casación el auto pese a que la misma aún no había abierto la boca. Y recordando la bronca que De la Vega dedicó a la titular del Tribunal Constitucional, Emilia Casas, en el desfile de la Fiesta Nacional, no es una "gracieta" que deba tomarse a broma. Lo mismo le sucedió a Ángel Luna (abogado laboralista, conseller de Sanidad, senador, diputado, alcalde, asesor de temas urbanísticos y portavoz de la sucursal del PSOE en Valencia) al calificar el auto de "insólito" y añadir que "la decisión se ha tomado con ojos no claramente imparciales, sino sesgados". ¡Qué volubles son los principios! Lo dijo Groucho Marx con ojos muy claros: "Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros".

Hablo, en fin, del libre albedrío porque cada uno puede escoger, sin coacciones, las amistades que prefiera; aquellas que nos llamarán en Nochebuena, que hablarán en nuestro nombre a los demás o nos harán regalos. Ahora que estamos en plena fiebre jurídica es como la "culpa in vigilando", pero no sólo a terceros, también a nosotros mismos. No podemos ir vestidos de traje por la orilla de la playa y a 40º en pleno agosto como si fuera normal. Los bañistas jamás lo entenderán y ustedes dos... tampoco. Ellos sí.