En la primera entrega de "El secreto", formato que Antena 3 ha adaptado de una idea de mucho éxito en televisiones internacionales, se vio al arquitecto Joaquín Torres cambiar por unos días su vida de exuberancia y lujo sin límites por el ambiente de casas de acogida, asociaciones que ayudan a seropositivos, y grupos de ciudadanos anónimos que dedican su tiempo libre a los demás, incluso echan mano de su bolsillo para asumir algunos gastos. El arquitecto se cayó en un par de horas del burro encapsulado en el que vivía. No se lo podía creer. Algo parecido a un asomo de vergüenza mostró el hombre, alguien que lo tiene todo frente a alguien que no tiene nada. Al final, como comenté en una columna específica dedicada al programa, calmó su conciencia echando mano de la chequera. Otros formatos del tipo "Callejeros", incluido el propio "Callejeros", se echan a la calle sin ánimo de contraste. Sólo observan, describen. Constatan. Es verdad que a veces una imagen lo explica todo, sin comentarios. En unos días, los que van de una emisión a otra, de un programa a otro, de "Callejeros", en Cuatro, a "Comando actualidad", en La 1, dos de sus reportajes coincidieron. Se trata de una fiesta exclusiva que se celebra en Marbella, la fiesta del champán.

En ella vimos a perfectos tarugos de barrigas prominentes, adobados en su propia grasa, gastarse 1.800 euros en botellones de champán para rellenar escopetitas de plástico y jugar luego al aquí te pillo, aquí te disparo con chorros de Moët Chandon. Cada vez que una zorrita tomaba una botella del cubo helado donde aguardaban ser descorchadas, la agitaba con brío, y corría a bañar al adinerado gañán embadurnándolo con un chorro espumoso que salía a más de 1.000 euros por descarga, cuanto más despreocupada era la escena de playa, con cientos de personas haciendo lo mismo, contoneándose al son de la música en el momento en que la cámara pasaba a su lado, brindando con copitas heladas y riendo, algunas chotillas sin sujetador se besuqueaban como gatas y algunos musculosos con gafas de espejo hacían el gesto del chulo duro llevándose a los labios el pulgar, cuantos más esfuerzos hacían para hacer ver que viven la vida de puta madre, más obsceno y triste resultaba todo. Yo también me iba preguntando, como comprobé que hacía la reportera Mónica Hérnández de "Comando actualidad" o hizo David Moreno de "Callejeros", en el precio de esa disparatada forma de divertirse. Ambos programas registran situaciones, retratan actitudes, pero no transforman ni intervienen en la realidad, como sí intenta "El secreto". En paralelo, Lara Casanovas, del comando de La 1, llevó a cabo una tarea que de verdad resultó agotadora. Trató de averiguar si una tal Carmen, clienta asidua de una tienda de ropita con varios ceros en la etiqueta, tenía en su interior algún rescoldo por el que se viera primero que era humana, y segundo que no era del todo tan imbécil como en un primer vistazo podía uno deducir. Misión imposible. Cretina, inhumana, e imbécil. Menos mal que la mayor parte de su discurso apenas se entendía porque tenía los labios inmovilizados, como todo su rostro, por una mezcla agresiva de bótox y silicona, pero sí llegué a entender que le parecía ordinaria la insistencia de la reportera por saber cuánto se podía gastar un día en ropa. Ay, hija mía, decía, que manía, yo busco cosas divinas, y lo divino no tiene precio. Claro, claro, por supuesto que sé que hay crisis, y de hecho estoy muy apenada porque algunos amigos míos no tienen "cash", concluía la momificada ricachona. Su fatuidad interna sólo estaba a la altura de su repugnante apariencia.

Ha notado la crisis porque algunos amigos suyos no tienen "cash". Cómo se puede ser tan gilipollas. En ambos programas se reflejaron, sin esfuerzo por parte de los reporteros, es decir, dejando que los ricos hablaran, todos los estereotipos que tenemos de ellos el resto de la gente. Caprichosos, hueros, gregarios, altivos, déspotas, casquivanos. En otro tramo de "Comando actualidad", Diego Carrión habló con un trabajador que se gana la vida en la cubierta de los barcos, pero manteniéndolos en estado de revista para cuando el dueño quiera echarse al mar. No, los conozco bien, decía el hombre, y no cambiaría mi vida por la de ellos, no se les ve muy felices, apenas tienen amigos. Más reciente, aunque sin el más mínimo debate más allá del espanto de un titular, hemos sabido que un chico de 24 años, un tal Cristiano Ronaldo, estrella del balón, ha sido comprado por 94 millones de euros en los establos de ese mercado.

Es guapo, pero creo que un caballo negro de raza árabe es más, mucho más elegante, y según vi en un mercadillo de superlujo, hay caballos bellísimos que cuestan mucho menos. Así es, igual que millones de criaturas vamos alguna vez al zoco a comprar verduras o camisetas a dos euros, los ricos de morir también tienen mercadillos exclusivos donde adquirir helicópteros, ferraris, teléfonos móviles forrados de oro y brillantes convertidos en joyas inalcanzables, cuadros de firma planetaria, o gastronomía importada sólo apta para bolsillos sin fondo, gente que si hace una operación decente, como dijo un señor pillado mientras se relamía con una cucharada de caviar, lo celebra cenando con su mujer en una velada que puede salir por 8.000 euros, la repanocha, remataba el hombre, negándose a decir a qué se dedicaba. Lleva razón, la repanocha. Ana Rivas, directora de programas de Antena 3, tratando de justificar "El secreto", dice que es un programa de televisión. Con eso ya lo hubiera explicado, pero dice más, dice que quiere divertir, lo que es redundante, y termina con la idea central para que algunas conciencias no revienten salpicando las carísimas alfombras, es un programa que ayuda a la gente. Así es. Es lo que hay. Todo forma parte del espectáculo, la miseria y la opulencia extrema. Si además se juntan en un solo programa, es la repanocha.