H e recibido el primer tomo del epistolario que Juan Ramón Jiménez -el poeta de Moguer- sostuvo con los prohombres de su tiempo y quisiera resaltar que se menciona en él a nuestro escritor ilicitano Ramón Jaén como ejemplo de una fuerte amistad; digamos más bien, como firme y cariñoso apoyo que ambos se dieron aún separados en la distancia.

Dice Alfonso Alegre Heitzmann -el ensayista que ha dirigido la recopilación de las cartas y ha perfilado muy bien los comentarios del prólogo- que Jaén encajó con buen tacto en el matrimonio Juan Ramón y Zenobia , hasta el punto de animar el espíritu caído del poeta, muy dado a la melancolía y llamado a una hipocondría gemebunda.

Cuenta mi amigo Alfonso -a quien debo estar metido en este proyecto dado que intenté buscar en Elche algún rastro de Jaén- que nuestro conciudadano fue de los pocos españoles prestos a recibir al poeta en el puerto de Nueva York. A tal asunto dedicó Zenobia esta nota en su diario: «Sábado 12. Lincoln $27s Birthday. Llega Juan Ramón. Mamá y Jaén están en el muelle conmigo. Juan Ramón parece inquieto, conmovido y contento a un tiempo. Llega Yoyó (Zenobia se refiere a José , su hermano mayor); dejando a mamá en el Martha Washington. Vamos con Juan Ramón y Jaén a casa de Hannah donde comemos todos juntos alegremente».

Para contemplar la antedicha estampa, debe saber el lector que el ilicitano Ramón Jaén marchó a Madrid situándose de administrador en la Residencia de Estudiantes. Allí conoció a Juan Ramón Jiménez, obstinado melancólico, quien le acoge como uno de sus mejores compañeros. La intuición femenina de Zenobia -cortejada entonces por el poeta siempre quejoso de un angustiado latir- advirtió enseguida que Jaén podría ser, dado su carácter abierto y alegre, la mejor medicina para beneficiar a su pretendiente. Así se lo confesó en una carta cargada de ironía.

«No se vaya usted con Ortega y Gasset , váyase con Jaén o con cualquiera que no sea otro sauce como usted. Póngase a escribir seguidillas, vístase de torero y plántese en la calle de las Sierpes a echarle piropos a todas las inglesas feas que desfilen por allí».

Era, por tanto, de esperar, al rescoldo de esta amistad, que, residiendo Ramón Jaén como profesor de Literatura Española en Estados Unidos desde 1915, convenciera a Juan Ramón para trasladarse a Nueva York. Lo hizo infundiendo al remiso viajero nuevas inquietudes y anhelos, sobre todo contando que le esperaría en el muelle Zenobia Camprubí. Y así es como llegó el onubense a América el sábado 12 de febrero de 1916, animado por el escritor de Elche que le abrumaba con las mil maravillas de aquel país.

Y se completa la historia cuando el 2 de marzo de ese mismo año se celebró la boda con Zenobia, persistiendo con su presencia Ramón Jaén. Lo cual confirma que entre ambos escritores se mantuvo una acrisolada amistad. Es más: de este encendido afecto nació algún cruce de misivas durante los años que van de 1913 a 1917. Valen para el caso siete cartas extensas del ilicitano afincado en América, completadas con seis postales breves. Correspondencia que ayuda a conocer el modo de tratarse las dos personas, sirviéndonos, además, aspectos de la época y del mundo literario vigente.

Hay, sin embargo, una carta escrita por Ramón Jaén a Zenobia donde queda clara la amistosa confianza llevada al trato. Dice comentando la llegada del viajero: «Iré a esperarle, ¿cómo lo duda usted Siento por Juan Ramón un vivo cariño al que es muy acreedor... Esperando sus noticias para ir a saludar a usted y a abrazar a ese chico salao de Moguer, le reitera su buena amistad».

Y ahora dejo que mi amigo Alfonso Alegre ponga punto final con esta apostilla: «De este interesante personaje Ramón Jaén, he de decir que todos los esfuerzos por encontrar su archivo han resultado infructuosos hasta ahora, aunque no abandonamos la esperanza de que algún día aparezcan las cartas que Juan Ramón y Zenobia, le escribieron».

Y yo añado. Si alguien de Elche tiene alguna noticia sobre Ramón Jaén, por favor, hágamela llegar. Dará luz a la biografía de un ilicitano, realidad a una vida perdida todavía en la niebla del pasado. q