M aría , Rocío y Rosa María tienen trece años, son alumnas de 2º de ESO del IES Ginés Pérez Chirinos de la localidad murciana de Caravaca de la Cruz. A las tres les apasiona el periodismo, por eso trabajan en la revista «Mosaico» del Instituto y por eso han concertado una cita con un viejo alumno del centro, un cuarentón, profesor de latín, que hace la pila de años que se fue del pueblo y que ahora da clases en Alicante. El director de la revista les ha dicho que anda de visita por Caravaca, que ha venido a dar el pregón de las fiestas y que es un buen momento para hacerle una entrevista. Llevan anotado en una cuartilla algunos datos de interés: Se llama Luis Leante ; es licenciado en Filología Clásica y, al parecer, escribe. Ha publicado, entre novelas y relatos, al menos nueve libros: «Camino del jueves rojo» (1983);, «El último viaje de Efraín y otros relatos» (1987);, «El criador de canarios» (1996);, «Paisaje con río y Baracoa de fondo» (1997);, «Al final del trayecto» (1997);, «La Edad de Plata» (1998);, «El canto del zaifú» (2000);, «Academia Europea» (2003); y, muy recientemente, «El vuelo de las termitas» (2005);.

Rocío es la más audaz y, cuando lo tiene delante, arranca a preguntarle por su trabajo de profesor, por los lugares que ha recorrido desde que salió del pueblo. «He pateado mucho», responde el escritor; «he estado en centros de Moratalla, Onteniente, Elche, Novelda, Crevillente y, actualmente, en Alicante, en el Instituto de Enseñanza Secundaria El Pla». «Hemos oído decir que tocaba la flauta travesera», le espeta María. «No, ya no. Empecé a los 8 años y lo dejé a los 18. Volví a intentarlo a los 23, pero ya me marché a Valencia y lo tuve que dejar».

«¿Cómo surgió su afición a escribir », pregunta Rosa Mª. «Fue consecuencia de leer, porque a mí, de pequeño, me fascinaba leer. Cuando tenía 10 años me devoré la serie de "Los Cinco"; y cuando me dijeron que Enid Blyton , la escritora, había muerto, sentí la necesidad de escribir por ella, de inventarme nuevas historias de "Los Cinco" imitando su estilo, con nombres ingleses y con cosas que yo mismo desconocía, como, por ejemplo, las cabinas telefónicas, que ni había utilizado ni sabía entonces lo que eran.»

La velada se alarga y las tres niñas apenas parpadean ante las palabras del joven profesor. Es un hombre afable, cercano, que inspira confianza. Rocío comprueba que la grabadora sigue encendida y continúa escuchando a Luis, sus aventuras por el Camino de Santiago para documentar su última novela, «El vuelo de las termitas», o su viaje reciente a los campos de refugiados del pueblo saharaui, un lugar triste, dramático, donde la gente vive sumida en el más profundo abandono, olvidada por la comunidad internacional. María se ha percatado de que en el rostro del escritor hay una sombra de gravedad, como si algo le ardiera por dentro, en las mismas entrañas. «Lo de esa gente me preocupa - dice Luis- y tengo que sacarlo en una novela, quizá en la próxima, quién sabe.»

María, Rocío y Rosa María tienen ya quince años y en junio acaban 4º de ESO. El sábado se acordaron de Luis. Lo vieron en la tele y en la prensa tan sonriente como entonces. Acababa de ganar el Premio Alfaguara de Novela con aquella historia que le quitaba el sueño, ahora convertida, al parecer, en un relato de amor en escenarios difíciles. Leyeron las palabras que le dedicaba Mario Vargas Llosa en todos los reportajes: «Una novela que mantiene la atención desde la primera página. Es una historia de amor sobre un fondo novedoso y dramático en los campos de refugiados, en la comunidad saharaui, y aunque no es una obra política, transpira de ella de una manera visible y conmovedora».

Las niñas se sintieron felices, encantadas de haber gozado, dos años atrás, de aquella tarde con él, escuchando sus trucos de escritor: «Me inspiro en las cosas que le pasa a la gente, bien porque me lo han contado o bien porque lo he escuchado», les dijo. Y ahora eran ellos, los señores del prestigioso jurado que le acababa de conceder el Premio Alfaguara por su obra «Mira si yo te querré», los que destacaban su talento de novelista, «la fuerza expresiva con que se describen los paisajes y la vida de la última colonia española en África, convertidos en escenario de una historia de amor que marca la vida de los protagonistas».

Comprendo la alegría de Rosa Mª, Rocío y María, y la comparto de igual modo desde la gratitud. Hace algunos años, mientras apuraba un café y una espléndida tarde de abril en una cafetería del barrio de San Blas, alguien me interrumpió la lectura del libro que tenía sobre la mesa. Era un hombre afable, risueño, que sólo quería cerciorarse de que era yo (pobre de mí); quien se encontraba delante de aquella taza y junto a aquel velador. Tras mi respuesta afirmativa, algo turbada, desapareció sin más. Unos minutos después volvía con mi, entonces, primera novela para que le estampara en ella una dedicatoria afectuosa y limpia. Nada supe de él en estos años, hasta el sábado en que su rostro acaparó las 29 pulgadas de mi televisor y la portada de todos los periódicos. Me alegré por él y recordé, por un momento, la grandeza de los humildes. Luego le expresé mi agradecimiento por mencionarme estos días, en plena vorágine, entre las nieblas del éxito. Quedamos para celebrarlo como la ocasión se merece, ante un café y una buena tarde de finales de invierno. Será un brindis por él, por las buenas historias, por «Los Cinco» y por la emoción de ese premio tan repartido que complace y deleita el corazón de todos.