ada que ver con la película del famoso director manchego, sólo le hemos pedido prestado el título. Se trata de otro ambiente y de otro personaje, en este caso gallego, cuyo desbordante ego le hace considerarse algo parecido a un mesías, un enviado o un salvador, hasta tal punto que se permite la infamante ofensa de llamar «hooligan» al presidente del Gobierno de la nación, al que no puede aspirar a suceder, porque demuestra ser poseedor de un vocabulario que no se corresponde con el que se debe utilizar en el desempeño de la más alta magistratura del país. Abunda en ello el desafortunado empleo de la voz inglesa que, a nivel, coloquial sirve para designar al individuo grosero, incivil o libertino, su traducción al español reviste superior grado de torpeza, puesto que se trata del vocablo que designa al atracador y al pistolero. Quien así actúa, tras pregonar su inteligencia, moderación y mesura, no puede aducir ignorancia, porque la mala fe, la aviesa intención de herir, se descubre en su mirada que parece demandar ayuda, puesto que el autor de tamaña insensatez debe haber perdido el norte, también los restantes puntos cardinales, por supuesto la educación y hasta el oremus.

Esa indecorosa salida de pata de banco, forzada, al parecer por la precipitación y el odio, se produce tras una defensa encendida del «glorioso» espectáculo ofrecido por sus huestes, -el buen capitán siempre ha de cabalgar al frente- adiestradas para el manejo del florete sarcástico, insultante y cínico, como quedo demostrado en reciente sesión parlamentaria senatorial a la que asistió el presidente del Gobierno que, lamentablemente, no pudo ofrecer la explicación solicitada ante la incivilizada conducta de la bancada que ocupaban los señores senadores del Partido Popular. Abucheos, gritos, insultos, gestos despreciativos. Se piden explicaciones y no se permite su desarrollo. La consigna, una vez más, era clara, vocerío, falta de respeto y muecas incomprensibles en personas a las que, como a los soldados el valor, se les supone una educación adquirida en las aulas de colegios públicos o privados. Se da por sentado, lo contrario sería inadmisible, que entre los vocingleros no había profesionales de la enseñanza, puesto que, en tal caso, el ejemplo hubiese sido demoledor. Al respecto de esa lamentable sesión hay que hacer notar que un grupo de jóvenes, que acompañaban a sus educadores, presenciaron, absortos, la falta de civismo de algunos de los presentes que no merecen el apelativo de padres de la patria. Se pretendía ofrecer una lección, en vivo, de una sesión en el Senado, dentro del programa de Garantía Social que dirige la organización Liga Española de la Educación y la Cultura Popular. Lo que se ofreció a los estudiantes fue un desmadre de difícil comprensión. Tal fue la decepción que profesores y alumnos han formulado una queja que han hecho llegar al presidente del Senado con el ruego de transmitirla a todos los partidos políticos. Si gran parte de estos señores piden el voto, cobran su sueldo y actúan de tal guisa la Cámara Alta no tiene razón de ser, sus emolumentos podrían solucionar problemas sociales.

El líder popular, al parecer, sólo tiene en mente el tema del terrorismo, -justo y necesario- de la inexistente connivencia de los gobernantes con los etarras, de las cesiones y pactos que lesionan los derechos de los españoles, de la falsedad del abandono del territorio navarro. De la «incapacidad» del presidente socialista para solucionar los problemas que él resolvería en un periquete. Y, claro está, la de organizar manifestaciones y sumarse a cuantas tengan en su lema, o en la recámara, el insulto al presidente del país. Pero en ningún momento le hemos escuchado, a lo largo de estos años -larguísimos para él- que se enfrente a problemas de Sanidad -tal vez crea perfecto su funcionamiento- de la Educación -se comprende su olvido teniendo el ejemplo de sus voceros- de los pensionistas, de las residencias, del pan nuestro de cada día. Está en otras cosas, las enumeradas no deben ser importantes. Por el momento solo piensa en una España -la suya, no la de todos- cuya responsabilidad desea asumir y a la que ofrece «un futuro de libertad, manteniendo un debate sereno y sin insultar». A buenas horas. Si usted lo dice y alguien se lo cree, hágase.