E n el último episodio dejamos a nuestra ciudad en pleno jolgorio y celebración. Satisfecha consigo misma por haber pasado de ser una esforzada población industriosa a una elegante ciudad de servicios. Pero ya advertíamos de que esos procesos no están exentos de peligros. Los peligros de los mutantes que encierran el drama de no ser ya lo que eran sin ser todavía lo que aspiran a ser.

Uno. Tiene que ver con el modelo urbanístico de la ciudad. Los nuevos desarrollos han producido varios «centros ciudad». La vieja referencia de la Glorieta ya no tiene una significación real, su presencia en la vida urbana se desvanece poco a poco y corre el peligro de hacerlo con ella el tejido económico y comercial que siempre le acompañó. Sin embargo, todavía no han definido un perfil propio los nuevos centros. El mapa de las actividades ha cambiado; hemos pasado de una ciudad donde convivían la vivienda, la tienda y la fábrica a un escenario de segregación y especialización de espacios y tareas. Pegado a ello está el problema de los flujos de movilidad interna. Cómo se habrán de comunicar estos centros. El impacto que estas transformaciones habrán de tener en el tráfico no es menor. Es muy posible que haya que inventar una nueva ingeniería del trasiego. Dos. Las repercusiones sociales no son menores. La tradicional estructura social ilicitana está cambiando. La vieja estratificación de fabricantes y clase obrera manual es incapaz de definir la nueva realidad. La irrupción de sectores profesionales y clase media mileurista y proletarizada descubre un perfil nuevo. La explosión demográfica de los últimos años ha traído fenómenos positivos como la pirámide de edad -el 49% de la población ilicitana tiene menos de treinta y cinco años-, un extraordinario activo para la ciudad que habrá de ser aprovechado, y otros que exigirán un tratamiento especial y delicado cual es el modelo de integración que planteamos para los veinticinco mil inmigrantes que ya acogemos procedentes de más de diez nacionalidades distintas. Tres. Los ilicitanos, como consecuencia de los cambios, tienen hoy un nivel de formación notablemente mayor. Plantean, por tanto, nuevas exigencias culturales. Elche ha sido tradicionalmente una ciudad que se ha caracterizado por el escaso consumo cultural. A menudo, la única posibilidad de acceder a productos culturales implicaba desplazarse a otra ciudad. Los indudables esfuerzos hechos en los últimos tiempos en este sentido resultan todavía insuficientes. El nuevo modelo social requiere un nuevo y más vigoroso modelo cultural. La propia Universidad, sin duda por los problemas de gestación que aún arrastra, no acaba de hacerse permeable a la sociedad ilicitana ni irradiar su liderazgo y reflejo cultural. Nadie cree que Elche sea una ciudad universitaria. Algo muy parecido podría predicarse de la oferta de ocio de cuya precariedad no consigue salir la ciudad.

Cuatro. Más preocupante todavía desde el punto de vista económico. ¿Es sostenible este modelo . En el tiempo en que el calzado ha perdido ocho mil empleos la ciudad ha crecido treinta mil habitantes. Los ha absorbido el ladrillo, que creció nueve mil quinientos empleos y el comercio, que lo hizo en seis mil. O sea, que vivimos de construir edificios y servicios para la gente que los comprará con el dinero que gana construyendo viviendas y prestando servicios a los que construyen edificios. ¿Cuán perdurable será este hechizo . ¿Qué ocurrirá cuando se desvanezca . ¿Tenemos un plan B para la ocasión .

Cinco. ¿Tienen estos cambios un reflejo político . Cabe pensar que cambios tan significativos habrán de dejar algún rastro en las actitudes políticas de los ilicitanos. Apenas quedan diez mil vecinos que conocieran la guerra civil. Hace catorce años que pasó a la historia la foto electoral de la transición en Elche. En los últimos años la conducta electoral de los ilicitanos ha experimentado un cambio más importante de lo que algunos parecen ver. Las urnas disciernen en esta ciudad. Se comportan de manera distinta si el proceso es municipal, autonómico, general o europeo. Hilan fino. Quien quiera el voto hoy se lo tiene que ganar.

Seis. Cuando las ciudades llegan a este punto se tornan ambiciosas. La ambición es un pecado capital, pero esa virtud no está sólo al alcance de las capitales. Elche está preparada. Se ha pertrechado durante los últimos años. Tiene ubicación, tiene infraestructuras, tiene capital financiero y humano. Tiene, por tanto, aspiraciones. Legítimas aspiraciones de plantearse nuevas metas, de dar el salto, de ponerse en valor. Alguien debe recoger ese guante. q