Repite el profesor Gil Olcina, cuya experiencia y conocimiento no han conseguido restarle capacidad de asombro, que la única vez que en España estuvo a punto de lograrse una política auténticamente de Estado en materia de agua fue, paradójicamente, en tiempos tan convulsos como los de la Segunda República.

De entonces acá, efectivamente, en Dictadura como en Democracia, sólo ha habido sectarismo. El PP impidió a principios de los noventa que llegara a Alicante agua del Ebro. Era cuando Aznar, ese prohombre capaz de afirmar una cosa y la contraria desde la altura que da el considerar al ciudadano estúpido por definición, peregrinaba por los periódicos aragoneses afirmando, respecto al agua, que a quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga y los demás a ciscarse. Le interesaba ganar las autonómicas en Aragón y ni siquiera soñaba por aquel entonces con poder hacerse con el gobierno de Valencia, así que reventó el Plan Hidrológico que había pergeñado Borrell sin temblarle el pulso.

Luego vino la venganza, y el gobierno socialista llegado al poder en 2004 derogó el Plan Hidrológico que al final -perdida Aragón y ganada la Comunidad Valenciana- había hecho el mismo Aznar que antes denostaba los trasvases. Y otra vez nos quedamos, por mor de la cortedad de miras de los principales partidos, a verlas venir: sin agua del Ebro y con la del Júcar en suspenso por mor de unos votos de más en la huerta valenciana.

Pero el colmo de tantos despropósitos soportados durante años, vinieran de tirios o de troyanos, ha sido la paralización esta semana por el Consell de las obras de la desalinizadora que el Gobierno central construye en Torrevieja, la mayor de Europa, apenas unas horas después de que se diera comienzo oficialmente a las mismas. Como siempre que de un asunto de calado se trata, Enrique convertía ayer sábado su colaboración con este periódico en un editorial en forma de viñeta al que poco había que añadirle: «Acto de colocación de la primera piedra por parte del Gobierno central», rezaba el espacio a la izquierda, y se veía bajar un bloque de hormigón; «Acto de colocación de la segunda piedra por parte de la Generalitat», se leía a la derecha, y dibujaba el descenso sobre la anterior de una lápida de mármol.

El Consell ha justificado su actuación asegurando que sólo trata de proteger el paraje natural en cuyas inmediaciones se erige la planta. Pero es mentira. Ni al titular de Territorio, ni al de Infraestructuras, ni al presidente de la Generalitat le importan lo más mínimo ni la fauna, ni la flora ni el paisaje ni el ecosistema del lugar, que ha sufrido en los últimos años innumerables agresiones sin que movieran un dedo para detenerlas. Lo que se pretende, una vez más, es utilizar el agua como arma de destrucción masiva contra el partido rival.

El error es gravísimo, porque con su actuación el gobierno de Camps pone negro sobre blanco que no es cierto que quiera agua para todos, como dice en su eslogan más repetido en los últimos dos tres años: lo que persigue es, al menos eso es lo que se desprende de lo que hace, que no haya agua para así cargar sobre la espalda del Gobierno central la responsabilidad de los cortes. Digo que es gravísimo, porque a la larga la hipocresía en política se acaba pagando y, si es cierto que el PSOE se equivocó de plano cargándose el Plan Hidrológico de la forma en que lo hizo, también lo es que tiene el derecho y la legitimidad de contrastar su alternativa y demostrar si es cierto que la desalinización es capaz o no de garantizar el suministro. Los ciudadanos quieren agua: de donde venga o quien la traiga no es su ocupación, sino la de sus representantes, que para eso son elegidos: para solucionar problemas, no para empeorarlos o enquistarlos como en este caso está haciendo el Consell.

Por supuesto que el primero que tiene que cumplir la legislación y minimizar al máximo el impacto ambiental que una desalinizadora puede tener es el Ministerio de Medio Ambiente. Pero dudo de que haya ningún ciudadano que crea que de verdad es eso lo que ha movido a la Generalitat a paralizar las obras. Aquí el motivo es otro, el resorte es puramente electoral. Por eso lo primero que el Consell ha hecho ha sido bloquear la zona instalando vallas, que es lo que pega en estos tiempos de cartelería. No han caído en que practicar la política de tierra quemada en una tierra tan quemada como ésta sólo puede acabar abrasándolos a ellos.

¿Los ovarios tienen programa?

A estas alturas, pocas dudas caben de que las esperanzas del PSPV-PSOE de hacerse con el gobierno de Alicante pasan exclusivamente por el «tirón» que pueda tener su candidata a la Alcaldía, Etelvina Andreu. Por primera vez en muchos años, el PSOE tiene a quien «vender», aunque no acabe de concretar ni qué es lo que quiere como partido vender ni qué medios está dispuesto a poner en manos de su candidata para que ésta pueda vender ese proyecto para la ciudad que supuestamente deben presentar a los ciudadanos.

El que todo, o buena parte de todo, dependa de su figura puede ser, en un espacio tan corto y resolutivo como es el de una campaña electoral, una ventaja para el PSOE. Y desde luego, tiene como origen una capacidad de liderazgo por parte de Andreu que no estaba contrastada cuando la nombraron pero que va, paulatinamente, imponiéndose. Pero, en contrapartida, supone la cruz también de que la candidata se sienta más segura de lo razonable y encadene errores que, dada la situación, pueden acabar transmitiendo de ella la imagen contraria a la que pretenda dar.

Un ejemplo: el dislate de afirmar, como dijo en la comida para mujeres que el viernes celebraron los socialistas en Alicante, que su nombre no sólo contiene la «v» de victoria, sino también la de ovarios para concurrir a estas elecciones. No sé a qué viene esgrimir los atributos propios de su sexo como argumento electoral. De lo que sí estoy seguro es de que si su rival, Luis Díaz Alperi, hubiera dicho que él estaba en esta campaña por «cojones» a estas alturas no sólo sería noticia nacional, sino que todos lo estaríamos poniendo a caer de un burro por descerebrado.

Desconozco si a algún elector le interesa el estado de los ovarios de Etelvina Andreu, ni si los tiene más o menos activos. Y sé que no es más que una anécdota. Pero la subrayo por dos razones: primera, porque hasta en campaña hay que saber estar y cuando se recurre a ese tipo de argumentos suele ser porque no se tienen otros a mano o no se confía en ellos, mensaje que de confirmarse sería demoledor para los socialistas; y, segunda, porque si las mujeres van a asumir puestos de responsabilidad en la función pública pero reproduciendo esquemas de los hombres que ya deberían estar superados, apaga y vámonos.

Esta, creo que por suerte, va a ser una campaña de mujeres. Etelvina Andreu o Maisa Lloret (un acierto, a priori);, por mirar hacia un lado; Sonia Castedo o Mónica Lorente, por volver la vista al otro. Y en ambos partidos hay más nombres que citar. Pero principiando por la propia Andreu, son mujeres que no están ahí por ovarios, sino por preparación. Sería lamentable que fueran ellas las primeras en olvidarlo.