D e América nos llegaron la patata, el tomate, Di Stefano, el realismo mágico y el término cacique. Sin América habrían sido imposible expresiones como «cero patatero», para hacerlo rimar con Zapatero, tal y como compuso Aznar, el poeta más eximio e inspirado de los últimos tiempos. No existirían programas como «Aquí hay tomate», y el público televidente dormitaría ante el receptor contemplando la vida sexual de las arañas, lo que viene a ser lo mismo. Sin Di Stefano el Real Madrid sólo tendría tres Copas de Europa más que el Barça. Con las novelas de García Márquez se ha hecho posible que conversen personajes vivos con otros ya fallecidos, tal y como sucede hoy con algunos ectoplasmas de la política. Y sin caciques, ¿qué hubiera sido de nuestra vida municipal y de la «pureza» del sufragio

Cacique es palabra caribe, y tiene sabor a trópico y a ron de caña. Por eso se ha aclimatado en nuestro suelo con la misma facilidad que el tomate y la patata. ¿No tenía algo de tropical la gestión de Carlos Pascual al frente del Ayuntamiento de Pego En 1996 inscribió en el padrón 1.008 vecinos inexistentes, de los que 400 estaban muertos, gracias a la utilización de agentes censales que, en su mayoría, eran militantes activos de Iniciativa Independiente, el grupo municipal de Pascual. En virtud de este retoque de realismo mágico censal, el alcalde logró mayoría absoluta. Carlos Pascual, no hay duda, tenía espíritu caribeño embutido en su cuerpo rotundo de homo ibéricus.

Artemio Ciurana, alcalde de Cabanes, en Castellón, tiene nombre de personaje del mexicano Carlos Fuentes. En la novela «La muerte de Artemio Cruz» se describe el proceso de pérdida de inocencia de Artemio hasta convertirse en un cacique de la sociedad mexicana, y con ese tránsito se personifica el fracaso de la revolución. En Cabanes, Artemio, el alcalde, ha decidido empadronar a 36 nuevos vecinos entre diciembre de 2006 y enero de 2007, fecha límite para que los nuevos empadronados puedan votar en las próximas elecciones municipales. Lo extraordinario en el caso del alcalde de Cabanes es que los nuevos vecinos, procedentes todos de la vecina La Vall d$27Uixó, tienen como residencia la propia casa de D. Artemio, y de sus sobrinos y sobrinas. Otro caso de realismo mágico. Preguntado el brujo Rappel y la bruja Aramis Fuster (estas cosas, siempre por duplicado); a quien votarán los 36 nuevos vecinos de Cabanes, localidad de poco más de 2.000 habitantes, han respondido al unísono, haciendo uso de su capacidad de adivinación: «A Artemio, bonito, ¿a quién no ».

Y así, muchos otros ejemplos de lo que en la España de la Restauración se llamaba «adobar el censo», excluyendo enemigos e incorporando amigos. Cualquier político avezado sabe que las elecciones se ganan trabajándolas en la fase preparatoria, y no en el día de las elecciones, como hacía Romero Robledo a fines del siglo XIX, que acudía a diferentes colegios electorales «con el pescante del coche bien pertrechado de cajas de puros». D. Álvaro de Figueroa, conde de Romanones, y abuelo de la señora de Raphael, era experto en adobos. Para él, en materia electoral, oros eran triunfos. En las elecciones de 1909 logró la victoria en Madrid para el partido Liberal gracias a sus trabajos electorales con el censo. Decía el gran cojo Romanones: «el estudio del censo hace ver la fuerza grande que el elemento oficial tiene», y el resultado era que los empleados municipales y de los ministerios acudían a votar en grupos «con sus jefes y directores y con sus candidatura oficiales en el bolsillo», y hasta hubo quien se presentó ante la urna con uniforme de jefe de Administración civil. Por cierto, ¿cómo quedó aquella denuncia de incorporación masiva de empleados de Ortiz e Hijos al censo del Partido Socialista en Alicante

L os favores arbitrarios y la concesión de empleos fueron, y son, un fondo de recompensas para el pago de servicios políticos. El «Zar de Asturias», Alejandro Pidal, logró que en una zona de su influencia con 3.000 mozos alistados, 2.900 quedaran exentos del servicio militar por cortos de talla. Eso se llama hoy «trato de favor», algo similar a lo que se ventila en los juzgados entre el alcalde de Alicante y la mercantil Ortiz e Hijos, y que trata de dilucidar si todos los empresarios del ramo en Alicante son cortos de talla, y el único que la da es D. Enrique. A los empleados como pago de favores políticos se les llama hoy «asesores». Destacan por su generosidad los presidentes de Diputación y, entre ellos, Carlos Fabra, de Castellón. Pocas familias habrá en España, como la de los Fabra, con esa querencia extraordinaria hacia la Diputación castellonense. Victorino Fabra, destacado cacique de La Plana, conocido como «Pantorrilles», ya fue presidente de aquella Corporación provincial entre 1874 y 1892. Dos de sus sobrinos, Victorino e Hipólito Fabra, también fueron presidentes, y el hijo del primero, Luis Fabra (abuelo de D. Carlos);, también lo consiguió entre 1918 y 1922, como su hijo (y padre de D. Carlos);, que fue alcalde de Castellón desde 1948 y presidente de la Diputación entre 1955 y 1960. Carlos Fabra, sostenido por Camps contra viento, marea e imputaciones por cohecho y malversación, lo es desde 1995. Oro son triunfos para los Fabra. ¿Quién puede presentar una hoja de servicios a la Comunidad Valenciana como los Fabra de Castellón desde aquel lejano «Pantorrilles» que, a decir de Varela Ortega, «recorría los salones del Congreso en alpargatas, cayado en mano, ataviado como cualquier campesino levantino» Sólo es comparable a otra estirpe, la de los Buendía de «Cien años de soledad». Con la saga de los Fabra sucede lo que con el tiempo novelístico del escritor del caribe colombiano, donde las historias de los muchos Buendías son contadas simultáneamente, mezcladas con las de otros personajes, concentrando un siglo de episodios «de modo que todos coexistieran en un instante». A eso se le llama allí realismo mágico, y aquí Camps lo describe como entrega a los intereses ciudadanos.