E l 15 de junio de 1977 fue un día histórico para la democracia. Se produjeron las primeras elecciones libres en España desde 1936. Andaba yo ese día rondando los colegios electorales por cuenta del PCE, aquel inolvidable PCE. Llamaron mi atención cuatro electores que tenían pinta de componer una familia. Los sobres cerrados de todos ellos los llevaba quien parecía ser el padre, cuando el hijo mayor intentó cogerle uno para ver el contenido de lo que iba a ser su voto. El padre se lo impidió taxativamente y, con un gesto autoritario, le dijo «el voto es secreto».

Les confieso que la actitud de aquel ser me sumió en una profunda reflexión. Claro. Pocas cosas tan secretas como el voto. No todos pueden estar en el secreto de su papeleta. Aunque hay quien no sabe lo que vota por más que conozca el papelito. ¿Se imaginan ustedes lo que ocurriría si todo el mundo supiera lo que vota ¿Qué sería de los savonarolas de las ondas que amenazan con la llegada del fin del sistema por votar el que no sabe Los pueblos podrían, incluso, tener los gobernantes que no se merecen. El voto es algo muy serio sobre lo que hay que guardar gran discreción y pudor.

Viene ello a cuento de que vagan por Elche unos cinco mil votos errantes respecto de los cuales unos dicen saber, otros quieren conocer, algunos dicen desear, con los que, incluso, hay quien pretende amenazar. En concreto, se trata de 4.659 votos que el PSPV obtuvo en las elecciones locales de 2003 y que, sin embargo, no obtuvo en las autonómicas celebradas ese mismo día. Un tesoro de cifra porque, según de qué lado caiga, podría sesgar definitivamente el resultado electoral en la ciudad.

Los que dicen saber aseguran que esos votos son de Diego Maciá . Este alcalde es, realmente, insaciable. Por lo que hablan de él no me extrañaría que hubiese hecho un PAI, hubiera recalificado los votos, los hubiese escriturado e inscrito en el Registro Mercantil a su nombre. No sé qué esperan algunos para llevar semejante atropello al fiscal. Legítimamente, Mercedes Alonso los reclama para sí, puesto que se trata de votos que fueron eventualmente a los socialistas en las municipales en castigo por la desunión existente en su partido, algo que ella ha venido a remediar. Ángeles Candela reivindica sus opciones, el derecho histórico que tiene EU a unos votos que se fueron al PSPV al reclamo del voto útil pero que deben volver en este momento en el que no hay razones que justifiquen que la izquierda esté en peligro. En medio anda Alejandro Soler , a quien todos advierten de que los tiene en depósito y que está condenado a devolverlos. Tan sólo se le concede la capacidad de decidir con sus tomas de posición la dirección que tomará finalmente la fuga de los votos. Para el candidato socialista, los dichosos votos se han convertido en una manta escasa que le destapa la cabeza si se cubre los pies pero se los deja a la intemperie si se quiere abrigar la cabeza. Por no hablar de otros autoproclamados dueños de los votos como el ciudadano que recientemente amenazó al candidato Soler con quitárselos si no se adhería a su particular batalla con la relación de hijos predilectos de la ciudad.

O sea, que, contrariamente a lo que de manera tan sabia y firme defendía el celoso padre de las primeras lecciones, todo el mundo parece estar aquí en el secreto del voto. No sólo en el secreto del destino, sino en el del origen. Sin embargo, no vendrá mal recordar que en Elche serán llamados a votar unos 168.000 ciudadanos. Que dos tercios acudirán, finalmente, a la urna. Que mal hará quien se obsesione con lo menos y descuide lo más. Que el electorado es cada vez más sensato. Que siempre reinventa el voto aunque sea para otorgárselo al mismo. Que lo hace atendiendo a un cóctel de razones que siempre procesa consciente o inconscientemente. Que, por lo general, suele otorgar el voto al que se lo trabaja. Que, efectivamente, ejerce su derecho de manera sigilosa, a cubierto de la luz de las más rutilantes interpretaciones. Y que, como los gatos de noche, en la urna todos los votos son pardos. q