E l presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero , apareció un tanto enfadado esta semana en la reanudación del periodo de sesiones parlamentarias durante la habitual sesión de control al Ejecutivo de los miércoles. Y se le notó en sus cruces dialécticos en el Senado, por la mañana, y sobre todo en el Congreso de los Diputados, por la tarde, cuando se echó a la cara a Mariano Rajoy . ZP considera que el último episodio en torno a la recusación del magistrado del Tribunal Constitucional Pablo Pérez Tremps ha sido una estrategia urdida por el Partido Popular dentro de su particular «todo vale» para ejercer su tarea de oposición que ha marcado un antes y un después; en ese contexto, al presidente Zapatero le ha dolido especialmente la implicación de Rajoy en una operación que se interpreta como «irresponsable» ya que supone el descrédito para una alta institución del Estado. El pasado miércoles en los pasillos de la Cámara baja funcionarios de Moncloa recordaban la similitud de este estado de cosas con la estrategia empleada por el PP de Aznar en la oposición entre 1993 y 1996, definida tiempo más tarde por alguno de sus protagonistas como una «conspiración contra el Estado» para eliminar del poder a Felipe González . Su apuesta por el fiscal Mariano Fernández Bermejo para sustituir mañana mismo al ministro de Justicia Juan Fernando López Aguilar ha sido definida como un mensaje «contundente» ante este tipo de actuaciones. Bermejo es un «duro» que tiene como misión impedir el uso partidista de la justicia por parte del PP. En cualquier caso, Zapatero está enfadado, pero de ningún modo preocupado. Quienes le tratan cotidianamente constatan que a ZP tan solo le ocupan y preocupan los datos de las encuestas y la marcha de la economía como únicos referentes para testar cómo va su gestión. Se empapa cualquier encuesta que le ponen sobre la mesa de su despacho junto al sofá los fines de semana; todas, las que realiza cualquier instituto demoscópico por encargo de los medios de comunicación, las del partido que le pasa José Blanco , las que pillan del PP o las que se promueven desde instancias de la sociedad civil. El análisis que realiza el presidente del Gobierno es reconfortante para evaluar su gestión. Sostiene que los ciudadanos manifiestan percepciones que nada tienen que ver con el estado de permanente crispación que pretende instalar el PP. «Que sigan así», dicen que dice ZP. Está convencido de que una mayoría de los ciudadanos valora por encima de otras cuestiones su determinación en materias como los nuevos derechos ciudadanos o de carácter social; también su actuación en el denominado proceso de paz, truncado tras el atentado etarra de Barajas, y su empeño en lograr la eliminación del terrorismo. «Más que su optimismo antropológico, que lo tiene, el presidente tiene sus propios referentes», asegura uno de sus asesores.

Su otra obsesión, la marcha de la economía, también le sirve para mantener alta la moral, aseguran. El crecimiento del 3,8% en el pasado año y una previsión similar para 2007 - «imparable», según la revista británica «The Economist» de esta misma semana-, la bajada de la inflación hasta el 2,4% en enero y el precio del barril de petróleo por debajo de los 54 dólares -una tarifa que se considera estable a medio plazo- son datos que permiten un escenario de cuentas públicas saneadas, capacidad de inversión y, sobre todo, creación de empleo. La citada revista británica, pese a que introduce incertidumbres en torno al «boom» inmobiliario, asegura que los británicos llaman por teléfono, viajan en metro, vuelan desde aeropuertos, se toman unas tapas, tiran de la cadena del inodoro o realizan operaciones financieras «por cortesía de alguna empresa española», como muestra de la internacionalización de la economía española. Le falta añadir que los británicos llenan sistemáticamente hoteles y playas, sobre todo en el Mediterráneo, espacio en el que no pocos deciden fijar su residencia al jubilarse. Pues bien, solo le faltaba a ZP leer el reportaje de «The Economist» para ratificar el octavo puesto atribuido a España en la lista de potencias económicas para consolidar su optimismo antropológico y su confianza en la línea que marca a su Gobierno. Cada vez le preocupan menos las estrategias puntuales que elabora el PP. Veremos si las urnas ratifican su percepción.