H ace unos días, durante una charla con alumnos de bachiller sobre el poeta Miguel Hernández , saltó de nuevo el sempiterno asunto del sentido de la poesía en este mundo de locos. Cuando uno se enfrenta a un montón de fundamentalistas de la «PlayStation», la litrona y la última de Melendi , poco se puede hacer con un ramillete de metáforas y un poeta más pasado de moda que el baúl de la Piquer . Pero mire usted por dónde, no todo el campo es orégano ni la vida un ortigal. O sea, que nunca se debe arrojar la toalla antes de tiempo ni presuponer que los chavales que deambulan por los Institutos son okupas ocasionales a los que se la suda un poema escrito con el alma y las tripas.

Y sucedió que en un momento dado, dispuesto a escuchar un ejemplo de lo que a estos chavales les emociona, les conmueve o les pone el vello como escarpias, uno de ellos levantó la mano y dijo que nada más poético ni excitante que el gol de Zidane en Glasgow, frente al Bayer Leverkusen. Año 2003. «Su volea - nos contó- fue para enmarcar, para figurar en las antologías de los poemas más bellos de la historia. Lo sacó de la nada, apoyándose en su pierna más hábil, la derecha, y disparando con la zurda como un dios. Entiéndame, ese gol ante el Bayer fue poesía pura. Verle jugar era como leer una oda al cielo. Ese hombre desafiaba las leyes de la gravedad en cuanto tocaba un balón. Y si yo fuera teólogo o algo parecido, diría que una sexta vía de demostración de la existencia de Dios se resume en una palabra: Zidane. Y dado que los dioses nunca mueren, sin ir más lejos - insitió-, después de retirarse, Zinedine Zidane sigue siendo la personalidad favorita de los franceses según decía el "Journal du Dimanche" hace un par de meses».

M e pareció tan conmovedor aquel racionamiento que le felicité allí mismo por su airosa defensa de la emoción y por el dios Zidane. Luego le dije que, a fin de cuentas, hablábamos el mismo idioma y estábamos felizmente de acuerdo. No obstante, mi charla sobre Miguel Hernández tenía que sufrir ciertos retoques, una ligera adaptación ante la coyuntura creada, de modo que me saqué de la manga una historia tan jugosa que no me resisto a contarla en estas líneas:

Ambos nacieron en un barrio marginal: uno a las afueras de Marsella y el otro en la calle de San Juan de Orihuela. Sus familias eran humildes, pero jamás rozaron la pobreza. El primero procedía de un matrimonio de inmigrantes magrebíes que se asentó al este de Francia para huir del hambre y de la tiranía; el segundo era hijo de un tratante de ganado nacido en Redován y de una madre hacendosa y sufrida. El niño francés se aficionó al submarinismo y al fútbol. Debutó a los 15 años en el Cannes y se ganó el apodo de «Zizú» por su destreza en el regate. El niño oriolano compaginaba los versos con el balompié. Practicó su afición en el equipo de «La Repartidora», el de la calle de Arriba, junto al Mella, Rafalla, el Habichuela y Gavira. Le pusieron por mote «El Barbacha» porque era algo lento, como los caracoles morenos, despaciosos, que ramonean en la huerta. Sin embargo, compuso el himno del equipo y dedicó una hermosa «Elegía al guardameta» Lolo , portero titular del Orihuela C.F. El muchacho marsellés comenzó a destacar con el balón y fichó por el Girondins de Burdeos y posteriormente por la Juventus italiana. El poeta de Orihuela probó suerte en Madrid con un libro de octavas reales y un auto sacramental inspirado en Calderón . El francés logró tres ligas, un mundial, una eurocopa de naciones, una supercopa de Europa, dos Balones de Oro y la gloria de ser nombrado mejor jugador del año por voluntad de la FIFA. El escritor del Segura consiguió publicar en la prestigiosa revista Cruz y Raya, en Revista de Occidente y en el diario El Sol de Madrid por voluntad de Bergamín , Ortega y Gasset y Juan Ramón Jiménez . Con su drama «El pastor de la muerte» obtuvo un accésit del Certamen Nacional de Literatura y 3.000 pesetas que le hicieron tocar el cielo con las manos. El francés, fiel a sus orígenes humildes, se hizo solidario y colaboró en una campaña de Unicef en favor de los niños damnificados por las guerras. El de Orihuela hizo lo propio y se fue tres años al frente a defender la justicia social y la libertad de los pueblos. Del jugador francés dijo Javier Reverte que era un futbolista necesario. Del escritor de la Vega del Segura dijo el dramaturgo Buero Vallejo que era también un poeta necesario. A los treinta años bien cumplidos, el gran Zizú fichó por el Real Madrid a cambio de 12.000 millones de pesetas y una cláusula igualmente multimillonaria, además de seguros, derechos de imagen y primas anuales libres de impuestos, convirtiéndose así en el jugador mejor pagado de la historia. «El Barbacha», a los treinta y un años, una guerra perdida y nueve cárceles a sus espaldas, murió de olvido y de tuberculosis en un reformatorio franquista sin saborear el éxito. Alguien dijo después que se le debía considerar uno de los mejores escritores del siglo XX y, sin ninguna duda, un auténtico poeta universal. Eran otros tiempos, ya lo sé. Y la gloria es tan caprichosa que llega cuando quiere y elige sin criterio. «C$27est la vie», gran Zidane. Es la vida, pero también la muerte innoble, desatenta, compañero del alma, compañero.