Las empresas suelen afrontar las cuestiones jurídico administrativas con enorme discreción. Saben que, en el campo público, lo único que les interesa es transmitir imágenes positivas («vamos a crear tantos puestos de trabajo, vamos a generar no sé cuánta riqueza, vamos a ser el motor de no sé qué...»);, y que la confrontación directa, sea con instituciones sea con ciudadanos potenciales consumidores de sus productos, es lo que menos les interesa.

Los empresarios autóctonos han demostrado a lo largo de los años tener muy bien aprendida esa lección. En realidad, casi nunca se sabe de ellos, salvo que, fuera de su ámbito estricto de negocio, salgan para apoyar al gobierno de turno, bien que con mayor convicción y alegría cuando es del PP que cuando lo es del PSOE. Pero, en todo caso, y aun en los momentos más difíciles, huyen del combate como de la peste. Por ejemplo, la familia Arias . ¿Alguien ha escuchado alguna vez a los Arias decir una más alta que otra respecto del Ayuntamiento de Alicante, verbigracia, lo gobernara el PSOE o lo dirija el PP No. Los Arias son los concesionarios del transporte público en Alicante, entre otros muchos negocios, y han hecho durante años de la invisibilidad su bandera. No les ha ido mal. Resulta incluso sorprendente lo poco que se han visto sometidos al juicio público teniendo en cuenta la trascendencia del servicio público que gestionan. Pero así ha sido. La discreción les ha rentado: no les ha granjeado cariño, pero les ha proporcionado mucho más anonimato (que es tanto como manos libres); del que sería razonable en su actividad.

No es el caso cuando de empresarios foráneos se trata. No se sabe muy bien por qué, pero resulta casi habitual que las empresas que vienen de fuera utilicen en Alicante antes la prepotencia que la diplomacia. Me acuerdo, por ejemplo, de la polémica protagonizada hace un año por los promotores de esa cosa que llamaban el «buque tienda». Con un desprecio por la inteligencia de quienes aquí vivimos digno de mejor empeño, se atrevieron a presentar el invento asegurando nada menos que la instalación de un «todo a cien» flotante en la dársena iba a equiparar a Alicante... ¡con París!, dado que no se había visto otra hazaña mayor desde la erección de la Torre Eiffel. Luego, cuando se les dijo que no, se fueron tratando de paleta a esta ciudad por rechazar lo que de inmediato iban a quedarse Valencia, Venecia y no sé cuántas grandes urbes más. ¿Han oído hablar ustedes del «buque tienda» de entonces acá ¿Saben si lo han colado en otro sitio No creo.

Algo parecido pasa ahora con la empresa que quiere instalar en el puerto una planta de biodiésel. Ha decidido hacer aquí lo que jamás se atrevería a hacer en otras capitales, seguramente a su juicio de mayor fuste. Y ha lanzado un comunicado, anunciando que empieza por narices las obras, que supone un desafío inaceptable. No se viene a una ciudad ni para imponerle nada ni para descalificar a sus representantes, se lo merezcan o no, porque los que hay son los que tenemos, los elegimos nosotros y sólo nosotros tenemos el poder de cambiarlos. Puede que sean torpes (tampoco lo creo);, pero en todo caso son nuestros torpes. Y, sobre todo, es un desafío inaceptable porque sobre el destino de la ciudad, con urbanismo reglado o sin él, deciden sus vecinos, y no una corporación económica.

Biodiésel se ha equivocado en el tiempo y en la forma. En el tiempo, porque lanzar un reto así (empiezo las obras, y se me da una higa que ni el Ayuntamiento, ni la subdelegación del Gobierno ni los vecinos estén conformes); en plena campaña electoral es no conocer a los políticos y, de entre estos, no conocer a Luis Díaz Alperi . Al alcalde, los promotores de Biodiésel le acaban de dar la oportunidad de demostrar que, en contra de lo que dice el PSOE, está ciudad no se dirige desde los despachos de los empresarios y, o no lo conocemos, y todos lo conocemos bien tras doce años ininterrumpidos de gobierno municipal y otros cuatro antes de presidencia provincial, o esa oportunidad la va a aprovechar a conciencia. Y Andreu tampoco va a aflojar la presión en una situación que le viene de maravilla: se congracia con los vecinos, se enfrenta a unos empresarios con más flancos débiles que fuertes en este y en otros asuntos y tira de la soga de su rival, al que obliga a estar a diario con las pilas puestas en este tema porque, en cuanto flojeara, se le pondría definitivamente en contra. Y se ha equivocado en la forma, porque, como ya hemos dicho, no hay ciudad que se precie que pueda soportar un ultimátum por escrito.

¿Que hay mucho de demagogia aquí Pues claro. Biodiésel habló con todos los grupos municipales antes de que este escándalo estallara y todos, incluido el PSOE y con la sola excepción de Esquerra Unida, le dieron el nihil obstat. Pero también hay malas prácticas y demagogia en una empresa que durante más de un año ha mantenido un oscurantismo absoluto sobre un proyecto que debía haber explicado a los afectados, que son los ciudadanos, cuidadosa y detalladamente. Y que ha modificado el proyecto original, agrandándolo, o que en todo caso, lo mismo da que lo mismo tiene, presentó un proyecto inicial inferior al real. Que ha tratado de jugar con la legislación, escogiendo conscientemente ante qué Administración se jugaba los cuartos, aunque al final se ha equivocado. Que promete puestos de trabajo e inversiones que no están concretadas en ningún documento. Y que ahora pretende ampararse en una figura, el silencio administrativo, que resulta una puerta trasera inadmisible para quien únicamente busca, y es legítimo pero en ningún caso digno de encomio, hacer un negocio al más bajo coste posible: si quiere estar en el puerto, y no en un polígono industrial, es porque esas son sus cuentas. Las suyas, no las de Alicante.

¿Qué pretende Biodiésel con la amenaza que ha difundido esta semana Supongo que curarse en salud ante futuras reclamaciones de indemnización. Porque no creo que piense en serio que con una actuación así va a conseguir desencallar su proyecto. Así lo bloquea más. Y lo crispa, lo que no sé si a todos los socios de esa empresa les interesa igualmente: hablaba antes de la diferencia entre los empresarios de aquí y los de fuera, y no citaba por casualidad a los Arias, los socios locales en esta feria, que no sé si dormirán tranquilos afrontando una pelea con quien gobierna Alicante y con quien puede gobernarla.

Esta ciudad es un desastre. Y lo es por culpa de quienes aquí vivimos y de aquellos a los que votamos. Casos como el de Biodiésel ha habido ya unos cuantos, y en todos la ciudad ha pagado caro sus propios errores. El Ayuntamiento se enfrentó mal a la instalación de Alcampo, y ahí está. El Ayuntamiento no supo manejar bien la pelota de Puertoamor, y todavía colea, por cierto que igualmente advirtiendo de que quiere reiniciar, por enésima vez, las obras. Es posible que los promotores de la planta de combustible hayan sacado esa cuenta y piensen que, una vez puesto el pie, sólo les obligarán a quitarlo a base de dinero. Puede. Pero lo han hecho tan mal, repito, en tiempo y forma, que en tiempo y forma ahora ya sólo les cabe una contestación: el compromiso de los dos partidos que en esta ciudad pueden decidir de que en el puerto no se construirá esa planta, y menos bajo amenazas, y la puesta a trabajar de los técnicos para encontrar soluciones legales que eviten que, encima, la torta nos cueste un pan. Y en todo caso, si nos cuesta, que no crea Biodiésel que va a ser mañana. Sobre eso, sobre los plazos, también puede ilustrarse estudiando los casos de Alcampo y Puertoamor y atendiendo al tango. Que, al fin y al cabo, veinte años no es nada.