L as Cortes Valencianas se trasladaron esta semana hasta Elche para celebrar en la ciudad el pleno de la cámara autonómica. Las instalaciones del Rectorado de la Universidad Miguel Hernández acogieron a sus señorías, que pretendían realizar un ejercicio de descentralización institucional, pero lo que lograron fue acercar hasta los ciudadanos los sinsentidos, los deméritos y las actuaciones lamentables que protagonizaron. Los cronistas parlamentarios que ejercen su labor en Valencia deben estar acostumbrados al ambiente, pero la actuación de los parlamentarios entre palmeras, donde se desconocía cómo actúan los representantes de la soberanía popular valenciana, llamó mucho la atención. Recesos a los pocos minutos de haber comenzado la sesión, que después se prolongan de manera excesiva, desbandadas generalizadas con entradas y salidas constantes, hasta tal extremo de que en muchas ocasiones no estaban ocupados ni la cuarta parte de los escaños, mientras que los pasillos estaban repletos de diputados. Por no hablar de los que acudían directamente a la cafetería, o de la mala imagen ofrecida a los invitados y a quienes presenciaron el desarrollo de la sesión por tener que avisar a los ilustrísimos para que entraran en la sala para votar. Ello sin contar con el gasto que ha supuesto el traslado, alojamiento y manutención no sólo de los parlamentarios, sino de los ujieres y del resto del personal de la cámara. Era loable el objetivo de dar a conocer las Cortes al resto de valencianos, pero deberían haberse aplicado más porque la sensación transmitida ha dejado mucho que desear. Un esfuerzo de estas características se merecía otra predisposición por parte de los protagonistas cuando en unos meses habrá que renovar una cámara cuya presencia en Elche dejó sensaciones negativas.