A estas alturas, - recién estrenado el siglo que inicia la veintena, desde que se contabilizan - en el universo infantil, ya nadie teme al lobo feroz, ni al hombre del saco que inventaron las madres de antaño ante la incipiente rebeldía de los pequeños. Y mucho menos, aunque parezca increíble, al recurrente coco que miedo daba un poco, según voz popular. La gente menuda está tan despabilada que ante la mención de cualquiera de los recursos que antaño fueron ideados con el propósito de intimidarles para ganar un tiempo de silencio, tal vez de reposo, mira fijamente a quien cita a cualquiera de esos seres fantásticos, con cierto aire de sorpresa. Si no suelta la carcajada es, sin duda, por un respeto atávico, especialmente a los abuelos, tal vez a la madre y no tanto al padre, que no suele emplear esta clase de amenazas, entre otras razones, porque, dada la época que nos ha tocado vivir, no convive, como debiera, con los más pequeños a los que se acerca - en general - cuando están dormidos, aprovechando algún fin de semana o en las vacaciones estivales.

Hay prisas, hay obligaciones y no hay oportunidades, al parecer. Cada cosa a su tiempo. Ahora hay abundantes rotos que reparar y poco espacio para ociar con la familia. Los niños se han convertido en internautas, por obra y gracia - quién sabe - de la electrónica, luchan contra nuevos antihéroes y no se sienten cohibidos ante ningún ser fantástico, ni humano, por supuesto. Combaten, virtualmente, con los malos y, ante la posibilidad que le ofrecen los mandos de la consola de turno, hacen desaparecer, inclementes, al enemigo, que se esfuma tragado por cualquier agujero negro que nadie conoce donde acaba, pero saben que de allí no se sale. Y si los pequeños están en esa fase de su desarrollo, calculemos, en qué estadio deben estar situados los adultos. Desde luego muy lejos del medievo. Y en esa época de nuestra historia parece que nos sitúa el presidente de todos los valencianos, más de unos que de otros, cuando nos advierte de los peligros que nos acechan.

«Un monstruo político se va conformando en nuestra sociedad». Imaginemos este mensaje, tan cargado de connotaciones apocalípticas, cómo hubiera caído en aquel tiempo. Miedo, pánico, terror y espanto. Tampoco sería necesario remontar el vuelo hasta épocas tan lejanas. Aún hay gentes que se impresionan -sin llegar a tales extremos - por las palabras de los seres que aparecen aureolados. Esos que adornan su misterioso verbo con presencia mística, que parecen conocer el secreto de la levitación y pueden poner en práctica a poco que el espectador fije su mirada y no pestañee. Pero, afortunadamente, son minoría.

Ya pasó el tiempo de los monstruos, especialmente del tipo que nos amenaza, nada menos que con tres cabezas. Los incrédulos en tantas cosas ya conocimos la fábula del habitante del lago Ness, que, en su momento, los periodistas aprovechamos para ocuparnos del tema, unos con ironía, otros con cierta curiosidad y deseo que se corporeizara, despejando la incógnita de su existencia.

El monstruo que se nos anuncia, político por cierto, podrá estar anidando en la Albufera, esperando su momento para dar el salto y hartarse de papeletas o de urnas enteras, que con tres cabezas ya podría si, además, vomitaran fuego. En tal caso habría que recurrir a los poderes que se le suponen al líder y a su magia personal que, sin duda, posee para acabar con el endriago, dejando expedito el camino que lleve a su sabio protector hasta aquel palacio anhelado, y por el momento ocupado por otro «monstruo», en este caso de una sola cabeza y un talante que tanta irritación causa y tantos nervios desata.

Si los más pequeños han dado la espalda a todos sus viejos fantasmas y los mayores nunca han creído en ellos, habrá que pensar que el mensaje presidencial no tendrá el eco deseado, que el pueblo es muy libre de andar por los vericuetos que estime oportunos, y por tanto pensamos que no es justo intentar el recurso del miedo. Ya se nos metió en el cuerpo -al que se llegó a través del estómago mediante el uso y abuso del arroz en paella - el fantasma del agua. Ahora se nos anuncia la llegada de un nuevo tormento. No insistan, estamos curados de espanto.