E s notable cómo nos suele sorprender con la misma intensidad, la capacidad de amar y de renuncia de algunas personas y el desamor egoísta de algunos otros. Pareciera que nos erigimos en medida de cuánto y cómo se debe amar a los hijos, cuanto a la pareja y cuanto al prójimo anónimo. A casi todos nos cuesta renunciar a algo que queremos hacer solamente porque a nuestro compañero o compañera no le apetece, pero no entendemos cómo es incapaz de dejarlo todo por complacernos. Yo, que nunca he tenido esa vocación de sacrificio de la cual mi madre tan orgullosa se sentía y que en su familia era condición imprescindible para parir hijos, creo más en un amor de acuerdos y desacuerdos, antes que de negociaciones. Como suelo decir, las negociaciones hay que dejarlas para los negocios. Hace una semana hablamos en esta columna de la envidia, y de sus primos lejanos los celos. Dijimos que eran muy diferentes, pero que tenían algunos puntos en contacto. Una lectora que me escribe propone con algo de razón, que la gran diferencia es que se puede envidiar a cualquiera, pero solo se cela de la persona amada. En su relato nos cuenta, a modo de ejemplo, una situación bastante frecuente. Sus compañeros de oficina habían decidido reunirse una noche, para charlar y verse las caras. Era un grupo humano fantástico y ella los quería mucho a todos. El tema se complicó cuando su marido, la pasó a buscar por la empresa y la invitó a tomar un café para «charlar un tema». Una vez en el bar y con expresión de pocos amigos le pidió específicamente que no fuera a esa reunión. Ella sabía la razón, entre la gente invitada estaba un muchacho con el que había tenido un fugaz encuentro amoroso, cinco años antes. Su marido lo sabía porque ella en su momento se lo había contado, pero a pesar de ello ahí estaba, haciendo un ataque de celos. Ella se preguntó en aquel momento si debía renunciar a aquella invitación, que por otra parte no era tan importante, después de todo era una manera de complacer a su pareja y eso siempre la hacía sentir muy bien. Por otro, se preguntaba si no sería más sano ayudar a que él entienda lo absurdo de sus celos, yendo a su cita, aun a riesgo de un enojo o de la desagradable sensación de hacer doler a quien ella ama. A pesar de que finalmente decidió ir y pedirle que vaya por ella temprano, para suavizar el impacto y dejar claro que no había nada que ocultar, la joven mujer nos cuenta que durante meses (y aun hoy dos años después); soportó las «indirectas» y los regaños de su marido, que nunca deja de reprocharle haber ido a ese encuentro. Su argumento favorito, cada vez que ella se queja de sus celos se resume en una frase. «Te celo porque te amo, si no te amara no me importaría con quién te ves». Como ella misma dice, esto es verdad, pero no alcanza para justificar la actitud de su pareja. Después de todo ella misma podía recordar con claridad, a la distancia ridículo, algún que otro reclamo de su parte a alguna de sus parejas, incluso a su marido, pero, aclara, siempre con motivo.

Los celos son ciertamente una complicación dentro de las relaciones de pareja y eso se debe a que ellos son siempre, repito siempre, la expresión de un problema del celoso y nunca una expresión de su amor o su interés (aun cuando admitamos que solo se cela de las personas amadas);.

Sean la manifestación de un deseo de ser el elegido o la elegida permanente y excluyente, sean la materialización de las propias inseguridades o sean la primera señal de su deseo de poseerme como si fuera una propiedad, el caso es que los celos no construyen ni cuidad; sólo amenazan.

Es cierto que miles de parejas juegan con los celos, como manera de mostrar o expresar su deseo y cuando es un juego no debería llegar a ser un problema; pero por supuesto, como en todos los deportes de riesgo, hay que tener mucho cuidado cuando uno juega con cosas peligrosas

En la India hay un hongo de colores muy vivos y aspecto apetitoso que a pesar de ser venenoso se utiliza como condimento. Lo usan solamente los cocineros de mucha experiencia porque ese polvito anaranjado entraña grandes peligros si se lo emplea sin cautela. Una pequeñísima cantidad incorporada a la comida, consigue darle a ésta un sabor excepcional y muy especial. De hecho nada puede igualar la particularidad de su influencia. Sin embargo apenas un poquito demás, hace que la comida se vuelva tóxica y se arruine su aroma y su sabor. Un poco más, aun, el equivalente de una cucharada de café, puede transformar el plato más saludable en un veneno mortal.

Así son los celos. Una pequeñísima cantidad, administrada con absoluta conciencia, puede darle a la relación un sabor y un aroma maravillosos. Un poco de más, puede volver tóxica a las relaciones y lastimar lo que quieres cuidar. Un descuido mayor en su administración y puede envenenar hasta la muerte a la mejor relación amorosa, sea una pareja, una amistad o cualquier otro vínculo.