L a urbe está electoralizada. ¿Quién la deselectoralizará El deselectoralizador que la desectoralice, buen deselectoralizador será... ¿Se acuerdan Cómo me gustaban de pequeño los trabalenguasÉ Don José Miralles , mi maestro de primaria, decía que eran una estupenda gimnasia para la lengua, así es que, algunos viernes, en lugar de leer en voz alta un capítulo de «Alfanhuí» o de «Viaje a la Alcarria», nos soltaba un trabalenguas y allá que teníamos que repetirlo, uno a uno, hasta decirlo bien: «En el cartel hay un político ético, perlético, pelapelambrético, pelúo, pelapelambrúo. Tiene dos hijitas éticas, perléticas, pelapelambréticas, pelúas, pelapelambrúas». Mira que nos reíamos cuando le tocaba hablar a Rovira, el pobre, con frenillo y dentolas de conejo: «pela-pela-péÉ» Ni tiempo le dábamos al pobre, retorcidos como posesos sobre el pupitre, desguazándonos a carcajada limpia mientras el buenazo de don José, rojo de aguantarse la risa, trataba de imponerse como un pajarillo en una jaula de fieras.

Hay cosas con las que uno no puede y todo viene a cuento de que estamos, como quien dice, a la vuelta de elecciones, huele ya a primavera y cualquier gesto, sonrisa, acción o tropiezo, por más que se pretenda eludir, es sospechoso de electoralismo puro o subliminal. Es la hora del acicalamiento y la cosmética, del photoshoph y el juego de palabras. Es el momento de besuquear a los niños que juegan en los parques, llevar chocolatinas al asilo y dejarse caer por los saraos y las fiestas de guardar donde no nos vieron el pelo en tres años de desdén transitorio. Es la etapa en que conviene sacudir el polvo y estirar los labios ante las cámaras para aparentar que la familia política es una piña que te cagas de concordia y acuerdo, una panda encantadora de parientes bienavenidos que come en el mismo plato y se intercambia mensajes y melodías para alegrase el móvil. Es el coto sin veda del tiro al adversario (el enemigo, ya saben, siempre está dentro); tenga razón o no, la caza del voto que justifica los medios y el periodo ideal para la práctica del contrabando de promesas sin fondo pero tan efectistas como que «sólo nosotros construiremos un futuro goturo, pericoturo y tantaranturo que será un edén para nuestros hijos godijos, pericotijos y tantarantijos».

Estamos en ello y no hay quien nos salve de ese electoralismo que nos agobia desde todos los flancos, ni siquiera aquel pirata rudo, tozudo, caretiorejudo, pancibarrigudo, frenticabezudo, barbipelambrudo que hacía tempestades soplando un embudo.