Más allá del lamentable espectáculo ofrecido esta semana por bárbaros de toda condición, calificado por este periódico en un editorial de ejercicio de irresponsabilidad, el asalto sufrido por la Caja de Ahorros del Mediterráneo, con los campistas presentando una lista para gobernarla por un lado, y los zaplanistas haciendo lo propio por otro y llevando, para mayor inri, a los socialistas como aliados, deja tantas contradicciones para el análisis que, aun quedándose sólo en lo más evidente, daría no para una página, sino para una enciclopedia.

Por ejemplo, José Joaquín Ripoll. El cerebro de toda la trama que sustenta una de las dos candidaturas presentadas para el futuro consejo de la CAM, el muñidor del pacto con el PSPV contra Camps, es evidentemente Eduardo Zaplana. Sólo alguien con su osadía y su capacidad para estoquear en apenas una baldosa sería capaz de una jugada así. Pero -a lo que vamos- el ejecutor, el autor no suficiente pero sí necesario del crimen es el presidente de la Diputación de Alicante. Él es el que ha negociado, ordenado y, finalmente, oficiado el aquelarre este de que una parte del PP, aliada con el PSOE, presente una candidatura contra otra parte del PP, que casualmente es la que dirige a escala regional el partido y a efectos administrativos la Generalitat. Ergo, digo yo: ¿los estatutos del PP no prevén para casos como estos la apertura de expediente y la subsiguiente expulsión? ¿O es que aquí sólo se expulsa a Manuel Ortuño si vota lo que no debe pero Ripoll tiene patente de corso?

Ya sé que no lo van a echar. Me limito a subrayar lo obvio: el acto, no ya de indisciplina, sino de lesa majestad cometido por quien preside una institución y, además, una organización del partido y se revuelve contra quien está, institucional y orgánicamente, por encima de él. Pero señalado esto, no puedo por más que alabar el valor demostrado por el susodicho, porque expulsarlo no, pero cualquiera en el lugar de Camps impediría que Ripoll fuera de dos en la candidatura de Alicante, la segunda ciudad de la Comunidad Valenciana, tras una ofensa así, y daría órdenes precisas, donde las dan las toman, para que llegado el caso, si llega, en las votaciones de los concejales en el juzgado tras las elecciones se distraigan los suficientes votos como para que Ripoll no sea, no ya presidente, sino ni siquiera diputado. Que le pregunten a Ángel Franco si eso es posible hacerlo, que experiencia tiene.

Pero dejemos mediosdías y ocupémonos de días enteros. Digo de los líderes. De Joan Ignasi Pla, verbigracia, el hombre que autorizó la coalición felizmente bautizada por mi compañero Jorge Fauró como «sociozaplanista». Pla había rubricado con el jefe del Consell, Francisco Camps, un pacto institucional (de presidente del gobierno a jefe de la oposición);, por el que se consensuaban las plazas a elegir para los consejos de Bancaja y la CAM y, en ésta última, los socialistas salían ganando dos puestos más de los que ya tienen y una vicepresidencia, de la que hogaño carecen, en principio sin cartera.

Pero a Pla se le cruzó por el camino la tentación. Llegó Zaplana y le dio todo eso, y un huevo duro más: la vicepresidencia, en vez de sin cartera, iba a ser la correspondiente a la territorial de Alicante. No es que eso valga, a la postre, demasiado. Si controlas al presidente (que se lo reserva Zaplana); y al equipo directivo (que si hace falta, Zaplana lo cambia);, lo de la vicepresidencia no es más que un lucir y quedar bien con los amigos. Pero viste. Y Pla, a lo que se ve, se pirra por el buen vestir.

Así que, en un ejemplo máximo de rigor, el candidato que tras denunciar las mil y una tropelías cometidas en Terra Mítica acabó presentándose allí como aspirante a la Generalitat, ha optado de nuevo por aliarse con el diablo, romper el pacto institucional que tenía con Camps y amancebarse con Zaplana... ¡en Alicante! No se me ocurre ningún sitio donde a sus votantes les pueda desconcertar más lo sucedido que en Alicante. Doce años llamando ladrón a Zaplana, doce meses intentando que lo juzguen como a tal, y resulta que al final, si el reparto de poder y recursos cuadra, nos hacemos la foto con él.

En serio. ¿Qué idea transmite Pla con todo esto? La de que, a pesar de que cada vez las encuestas se lo ponen mejor, no se cree de verdad que vaya a gobernar. Porque quien está convencido de que habitará el Palau pacta con quien lo ocupa, no sólo nombres, sino también transiciones. Cuando con quien te entiendes, en temas «de Estado» como es el de las cajas, es con quien está en la oposición, y Zaplana lo está, es que tú mismo te consideras, para el futuro, oposición. Y si, encima, el pacto es tan forzado y tan contranatura como resulta en este caso, propinas un duro golpe a tu credibilidad.

Dirá Pla: pero es que mi rival es Camps. Ya. Pero el PSPV ha tratado a Zaplana como alguien que no es merecedor de estar en política, luego difícilmente se explica que lo que hagan sea ayudarle a seguir en el machito. Dirá también: sí, pero yo he conseguido que se les vea divididos. ¡Como si a los del PP les hiciera falta su ayuda para matarse! Que el PP ha perdido, víctima de su cainismo, el oremus lo sabe todo el mundo. Lo que se busca ahora es alguien coherente que lo sustituya. Esa es la lección que Pla no ha sabido dar en el caso de la CAM.

Y finiquitemos, en este repaso a los protagonistas del culebrón de la semana, con el Molt Honorable. Se me ocurre, con franqueza, una pregunta: ¿Francisco Camps está en este mundo, o vive en otro del que el resto de los mortales carecemos de noticias? Defiende la no intervención en la sociedad civil, y hay pruebas de que, desde luego, comparado con Zaplana, aquí hemos pasado de la dictadura a la democracia en una sola elección. Pero eso es una cosa, y otra inhibirse de asuntos que corresponden a la esfera pública, y por tanto a su responsabilidad. La CAM no es un banco. Las cajas de ahorro tienen participación pública y por eso están sujetas a controles públicos. Y todo ello le toca lidiarlo a Camps. Si no le gusta, que busque apoyos hasta conseguir que el Congreso de los Diputados legisle otra cosa. Pero mientras no sea así, su obligación es defender lo mejor que sepa y pueda el interés de los impositores de la entidad, que en este caso está siendo atropellado. No lo ha hecho así, y por eso le han pillado con estos pelos. Ya dijimos que poner al conseller clandestino de Economía, Gerardo nosequé, a dirigir este proceso era apostar por estrellarse. Y así ha sido. Camps no ha olido ni la defección del PSPV ni la traición de los suyos. Y los presidentes están para trabajar, no para lamentarse.

Para lamentarse, y con derecho, están/estamos, los ciudadanos. Así que aquí va, como posdata, un lamento: en Bancaja ni se han roto pactos ni ha habido traiciones, ni la caja ha sido sacudida, ni nadie la ha desestabilizado. Todo paz y armonía. ¿Por qué -a Camps, a Pla y a Zaplana se lo pregunto- cuando se trata de Valencia el guante es de seda y cuando toca Alicante el puño es de hierro? ¿Por qué aquí vale siempre todo lo que jamás se atreverían a hacer allí?