M e pregunto por qué la metáfora más utilizada en la prensa para describir el debate entre dos políticos es por lo general la del boxeo. Volvió a ocurrir la semana pasada a propósito del encuentro entre Zapatero y Rajoy . El boxeo está prohibido en algunos lugares y pierde prestigio en otros. Algunos medios se niegan a cubrir informativamente sus peripecias en el sobreentendido de que se trata de un deporte bárbaro, cruel, inhumano, cuya única finalidad es dejar malherido al contrincante. En un encuentro verbal entre dos adversarios políticos el éxito debería consistir no en que el otro pierda el sentido, sino en que lo recupere (caso de haberlo extraviado); o en que se acerque a tus posiciones, aunque no las compartiera previamente. La discusión política, como la filosófica, debería huir del K.O., que sólo satisface las necesidades emocionales más primarias (y por eso las más peligrosas);.

Lo interesante, pues, no es que al final del debate nos digan que Rajoy castigó el hígado de Zapatero o que éste ganó porque la agresividad de aquél funcionó a modo de boomerang. Tal esquema informativo puede inducir al lector a comportarse él mismo como el espectador de un combate físico, y no de una discusión intelectual. ¿Y qué hace el espectador de un combate físico Tomar partido por uno de los contrincantes y desear que el otro muerda la lona. En esa tesitura (qué rayos querrá decir tesitura); una ceja rota es recibida con aplausos; un ojo hinchado, con vivas; un K.O. técnico, con pasión. Si el adversario muere, lo lamentaremos brevemente, pero dormiremos mejor.

Al espectador de un acontecimiento dialéctico le debería interesar, en cambio, saber dónde estuvo el pensamiento, si lo hubo, y cuál de los dos participantes contribuyó de manera más eficaz a la creación del clima necesario para la liberación de las ideas. De hecho, cuando leemos las crónicas referidas a los portavoces parlamentarios de los partidos pequeños, tenemos la impresión de que hubo más pensamiento ahí que en el encuentro entre los actores principales. Quizá porque no habían salido a combatir, sino a pensar en voz alta.