C uando no se sabía más de la reunión entre José Luis Rodríguez Zapatero y Juan José Ibarretxe que el sólo hecho de que se habían reunido, ya se estaba especulando en algunos medios políticos o informativos sobre las intenciones de un nuevo proceso para llevarle la contraria al PP. En realidad, es de esperar que en la búsqueda de soluciones al problema del terrorismo siempre se trate de «ir hacia adelante», que es una de las cosas que significa proceso. Sería una irresponsabilidad del presidente dejar de trabajar en lo suyo mientras se busca la unidad imposible con una formación como el PP, de naturaleza obstruccionista. Y, en este sentido, el encuentro del presidente del gobierno con el lehendakari proyectaba al menos una voluntad de unidad con alguna de las partes, tan necesaria como otras unidades por ahora imposible. No quiere decir esto que con Ibarretxe sea muy fácil entenderse, como lo demuestran a veces sus reacciones, pero Josu Jon Imaz , con quien sí parece más fácil entenderse, consigue a veces que Ibarretxe sea otro. Por ejemplo: el Ibarretxe que, después de haberse equivocado la semana pasada, la terminaba con una autocrítica en la que declaraba que los políticos, incluyéndose él, no estaban a la altura de las circunstancias. Y, en efecto, no lo estaban. Pero lo peor no era eso: lo peor era que algunos de ellos estaban en la pura bajeza de las circunstancias. Y la bajeza, la vileza a veces, los lleva a querer dividir un país, desde la simplificación demagógica y con grosería, entre partidarios de policía y ley y partidarios de diálogo, como si las hipótesis a manejar en la derrota de ETA no fueran varias y algunas compatibles o complementarias, como vino a recordar alguien como Felipe González que, además de haber cumplido 18 años y ser español, posee los atributos de talento que Rajoy exige a un presidente de gobierno y que, si no se lo exige a sí mismo, por lo que se deduce de sus intervenciones, será posiblemente porque haya descartado ya la posibilidad de llegar a presidente. Las encuestas, desde luego, no le anuncian que vaya por buen camino. Y quizá éstas consigan un milagro de unidad que podría consistir en que, una vez comprobado que el granero de votos no aumenta con las ocurrencias, los chistes, las groserías, las simplificaciones, las sospechas infames y el fastidiar por fastidiar, deje de reírse del buen talante y opte por el talento. Sin talante, no hay unidad, pero sin talento, menos. Y esto, que era lo que menos le fallaba a Rajoy, parece echarse en falta.