Q ue les den por allí. No es una frase escupida por alguien que se sintió atacado por Jesús Mariñas y la jauría de colegas del mismo circo que cada tarde despliega su carpa. Lo llamativo no es eso, del mismo modo que lo llamativo no es que Hugh Lauri se deje barbita para que el doctor House parezca más gamberro y si dictamina enfermedades sus enfermos-víctimas no sepan si habla un alucinado o un sabio al que la pompa de las batas blancas, y él jamás la lleva, le trae sin cuidado. Es curioso, los de «MIR», la nueva serie de Tele 5, están deseando colocarse el hábito del monje, pero al doctor House, que está de vuelta, es lo que menos le preocupa. Lo llamativo de las tardes, y de las mañanas de Tele 5 es que la audiencia no se aburra de ver repetida la misma función un día, y otro, y otro. Que le den por allí. Eh, eh, que no me refiero a la audiencia, cada cual es libre de entontecer como desee. Es la frase que esta semana escuchábamos decir a Pedro Sanz , presidente de La Rioja, un hombre del Partido Popular con gana de hacer amigos. No explicó más. Estas frases resultan monas en boca de algunos personajes, escasos, de película con vocación navajera, incluso a la medida del alma y de la boca de Belén Esteban , única para que vamos, vamos, quede en lo que es, amos, amos. Ni siquiera los personajes de atrabiliaria sofisticación de Pedro Almodóvar , que esta semana compartía «Versión Española» con Cayetana Guillén Cuervo , se explican con esas frases, y eso que los vimos retratados bajo un título revelador, «La mala educación». La verdad es que a mí me gusta la frase, pero yo no cuento porque tengo una tendencia natural a la ordinariez, y por eso quiero llegar al fondo de la misma. Cuando el alto político riojano soltó que les den hay que preguntarse a quién hay que darle, y qué, y a cuántos, y sobre todo, señor Sanz, por dónde. Llegados a este punto, a ese por dónde maldito, la cosa se amplía. Veamos. ¿Que les den por allí es que les den por la oreja, por el cuello, por el rabo, por la boca o, ay, señor Sanz, por el culo Y en éstas irrumpe, dulce y poderosa, la presencia de Alessandra Rampolla y su «Alexandra... sólo sexo». No, me pillarán haciendo el chiste fácil con el apellido de la sexóloga llegada a La Sexta del otro lado del Atlántico. Su enquistada sonrisa, su voz de lana, y su limpia mirada consiguen que mientras habla, uno vaya entrando en una especie de sopor físico de forma que, si llega el caso, no haya trabas para que te taladre un buen trabuco, quizá parecido al que el presidente de La Rioja pensó para darle por allí a quien fuera. Pero ojo, que los nervios no son buenas compañías para una penetración eficiente. Lo recordó Alessandra, pero esa clase me la aprendí cuando Elena Ochoa montó consultorio en La Primera hace años, mucho antes de que Lorena Berdún insistiera sobre lo mismo hace dos temporadas. Lo que está haciendo en las últimas semanas La Sexta es una penetración múltiple de la que la sexóloga argentina, una diosa del placer normalizado en Sudamérica, forma parte. Estrena programas como algunas mujeres, sin apenas un respiro para el cigarro, enlazan los orgasmos. Qué vitalidad de cadena. Antxi Olano jamás hablará en su magazín de sexo oral, de sexo anal, de eyaculación precoz, de pezones lubricados o de condones con sabor a fresa, porque a las once de la mañana no está la audiencia para más trote que el de seguir a Farruquito a su celda. El suyo, «Sabor de hogar», es un magazín raro. No hay tertulianos que, con la excusa de unas risas, saquen las noticias del polígrafo, un río de desperdicios que maneja con mucha soltura Gonzalo Miró en «Las mañanas de Cuatro». Me detengo un poco en él. El jueves se me adelantó a una idea sobre la que quería escribir, y que hoy me viene bien porque tiene que ver con el tema del día, aunque en su cara amarga, el orgasmo interrumpido. Es lo que Tele 5 aplica, sin piedad, a sus presentadores, caiga quien caiga. Los deja con la palabra en la boca, charlando, despidiéndose de la audiencia, del invitado, o del aludido que entró al tomate para aclarar alguna payasada. Jorge Javier Vázquez decía no sé qué a no se quién, y de golpe, como una manta azul, la cortinilla de separación, se acabó, todos arriba, a enfundarse las armas, a callar. Eso sí, es una interrupción del gustillo muy demócrata, se aplica a conocidos y a anónimos. La Sexta le ha dado la vuelta a la idea, y lo que hace en el otro estreno reciente es convertir a los conocidos en «Anónimos», pero sin dejarlos con la palabra en la boca. Les da carrete. Los transforma para que no los conozca ni la madre que los parió y los echa a la calle, como salió Chenoa sin que nadie supiera que era Chenoa. No sé yo si es más divertido ese teatro que se monta con el famoso disfrazado de don nadie o el presentador del programa, Ángel Llacer , siempre tan jovial, tan dispuesto a sacar del otro lo que lleva dentro -recuérdese cuando ejercía de profesor dramático en «Operación Triunfo» - . Se ve que todos llevamos dentro un pasota o un fascista, como tan bien demostró José Sancho la misma noche. ¿Qué es lo que empuja a la gente buena a hacer el mal Esa reflexión se la hacía el actor Tim Robbins a su paso por Madrid hablando de su película «Atrapa el fuego» justo después del encuentro-desencuentro con el alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz Gallardón , al que recriminó no tener tiempo para acudir a la manifestación contra el terrorismo pero sí para posar con él. La escena podría formar parte de los contenidos de «Alessandra... sólo sexo» como ejemplo de polvo telegráfico, aquí te pillo, aquí te endiño. Pero saltó a la noche, y ya se sabe. El cachondeo. Es lo mejor, sexo y risa. Sin sexo, pero con risa, se toma Concha Velasco su caída en el camerino, y para que nadie la compare con Isabel Pantoja , llega al plató de Concha García Campoy con la placa de las radiografías. Que les den, viene a decir a quienes decían que era un camelo. De ahí pasan al milagro de la erección perfecta gracias a la Viagra, pero ni siquiera la pastilla salvífica, dice, es capaz de hacer eterna una relación entre un señor de equis edad y una chica treinta años menor porque, al final, la chica pedirá cosas que ni una caja de píldoras podrá levantar. La mañana termina rara en Cuatro porque veo pasar unas letras que anuncian que la actriz está a punto de ser, viva el influjo de Isabel Gemido , sorprendida. Qué arte. Aparece Paco Valladares con una caja. Dios, la Viagra, me dije. Ohhh. Son unas pantuflas de pelito naranja. ¿Y a unas pantuflas por dónde se les da