M ucha gente sostiene que la consecución de la igualdad real de mujeres y hombres es, simplemente, una cuestión de tiempo. Que las cosas están cambiando mucho en todo el globo y que en este país los avances han sido espectaculares habida cuenta de nuestra corta experiencia democrática. Faltaría más, pero mala medicina es esa. Con el simple paso del tiempo, sin impulsos, sin empeños en y desde todos los ámbitos lo único que puede suceder es la cronificación de la situación actual de desigualdad o, incluso, aunque parezca increíble, su agravación. Si no hacemos nada y nos limitamos a esperar ¿desaparecerá el terrorismo etarra , ¿se creará empleo , ¿mejorarán las condiciones de vida Seguro que responden que no. Pues en igualdad sucede lo mismo. Leyendo hace pocos días una de las múltiples entrevistas a Miguel Lorente (el más experto en violencia de género reconocido en el ámbito nacional, quizá porque su sexo le aleja de sospechas interesadas); decía que la consecuencia del ejercicio de la violencia psicológica es la adopción por parte de las mujeres de una estrategia de cesión creciente de terreno a los agresores a fin de evitar los conflictos. Eso se podría extrapolar al conjunto de la sociedad cuando se habla de la voluntariedad de algunas decisiones. Un ejemplo típico sería el de las mujeres que cuando tienen hijos o familiares en situación de dependencia «optan libremente» por reducir temporalmente sus contratos para dedicarse a su cuidado. En una sociedad en el que este rol todavía está asignado a las mujeres y su transgresión conlleva una enorme presión social y sanción moral proveniente, sobre todo, de su entorno próximo no podemos sostener sin cinismo que esa decisión se haya tomado voluntariamente. Es una decisión tomada, en muchísimas ocasiones, por evitar conflictos y porque hace falta mucha energía si no se quiere desfallecer en el intento, pues los costes personales son altísimos. Esta semana leo en INFORMACION que Herminia Blanquer se ha dado de baja como miembro de la Filà Navarros de Alcoy. No ha sido, desde luego, una libre opción. Tampoco la del resto de su familia, que ha hecho exactamente lo mismo. El desgaste en el empeño legítimo de participar en las fiestas de su pueblo en condiciones de igualdad (como garantiza la Constitución y muchísima normativa); ha sido tan brutal que el precio era ya demasiado alto. Y ha «decidido» marcharse. Consideren si a ésta se le puede llamar «libre opción». Yo creo que no.