No sólo muestra destellos de buen cine y de imaginación, sino que ofrece una radiografía interesante y a veces brillante de un matrimonio de cuarentañeros que atraviesa una crisis y que trata de superarla saliendo con una pareja de poco más de veinte. Noah Baumbach, guionista y realizador de innegable talento, ha dado un paso adelante en su obra y aunque no ha depurado todos los defectos, sí que permite escrutar en la cinta los efectos demoledores que una relación forzada y contra natura provoca en seres que se sienten tentados por propuestas tan llamativas como fuera de contexto. Naomi Watts y Ben Stiller tratan de dar consistencia a unos personajes que están bien diseñados pero que no alcanzan la lucidez que sería de desear.

Josh y Cornelia representan el arquetipo del marido y de la esposa aparentemente feliz que han rebasado los cuarenta sin excesivos problemas, el más grave de los cuales, ya superado, es su frustración por no haber tenido hijos a pesar de haberlo intentado. Él es un documentalista que se toma demasiado en serio su labor y que ha perdido algo de su frescura habitual, de forma que lleva ocho años estancado sin dar el toque final a un largometraje. Ella es hija de un director de cine que colabora con Josh, si bien ha dedicado sus esfuerzos a una empresa de helados. Es una coyuntura delicada para ambos que adquiere un nuevo rumbo cuando se presentan ante él Jamie y Darby, dos jóvenes de la generación Z que llaman su atención por su osadía y su afán por las nuevas corrientes espirituales y terapéuticas a las que se abren de inmediato.

Lo que en un principio parece una solución idónea adquiere de forma paulatina visos en sentido contrario que confirman que es casi una utopía que Josh y Cornelia encajen en una generación que es distinta y antagónica. Baumbach muestra este panorama con evidente tino, a pesar de que en ocasiones personaliza en exceso y su discurso pierde capacidad para extender su campo de maniobra