[****] Reino Unido-EE UU. 2011. 112´. Título original: «We need to talk about Kevin». Dirección: Lynne Ramsay. Guión: Lynne Ramsay y Rory Kinnear, basado en la novela de Lionel Shriver. Reparto: Tilda Swinton, John C. Reilly, Ezra Miller, Siobhan Fallon, Ursula Parker, Jasper Newell.

El tercer largometraje de Lynne Ramsay cartografía, quizás en mayor medida que sus anteriores trabajos, una situación profundamente conectada a una problemática social muy candente y actual. Puede que, gracias a esto, Tenemos que hablar de Kevin se convierta en un hit de temporada pero sería un error despachar este filme como la enésima aproximación a una realidad que nos desconcierta y nos sobrepasa.

Como cineasta del presente Ramsay no puede ignorar esto, pero su propuesta no se inscribe en una corriente realista ni trata de dar con las claves de un problema sociológico. Ya en la potente secuencia inicial la directora deja claro que su película va a construirse enteramente sobre el punto de vista de Eva, la madre de Kevin —interpretada por una magnífica Tilda Swinton— y, de hecho, toda la tensión del filme proviene del choque entre la experiencia subjetiva de la protagonista y la violenta realidad exterior que la acecha.

Uno de los aspectos más fascinantes de esta obra es su representación de los conflictos de la mujer con su propia maternidad a partir del retrato del hijo, ese adolescente exuberante que podría formar parte de un casting de Gus Van Sant si no fuese porque, ante nuestros ojos, aparece siempre asociado a la vertiente más desagradable de las funciones orgánicas.

Quizás algunos vean en la obra de Ramsay trazos de los filmes de Michael Haneke pero lo cierto es que la sensibilidad de la realizadora británica está más cerca de la de directores como Roman Polanski o Brian de Palma y su película juega constantemente con los códigos de algunas producciones de género

(especialmente el thriller satánico y el cine de terror doméstico).

La cineasta filtra todas estas referencias de un modo exquisitamente personal consiguiendo un filme —repleto de detalles visuales y sonoros— excéntrico pero controlado, que funciona perfectamente a nivel físico y psicológico porque sus emociones están creadas a partir de unas coordenadas puramente cinematográficas.