l sueño de la independencia se desvaneció ayer, pero los independentistas mantienen su poder intacto. Inés Arrimadas es la candidata más votada en Cataluña, pero no podrá gobernar. En estas aparentes paradojas reposa el balance de unas elecciones que confirman simultáneamente la crisis catalana y la ruina del bipartidismo PP/PSOE en dicho territorio.

Ciudadanos se erige en la primera fuerza no independentista de Cataluña, tras aniquilar al PP y dejar sin riego al PSOE. Los catalanes que se sienten españoles han votado masivamente a una fuerza nacida en su comunidad con el nombre de Ciutadans, cuya pronunciación inspiró notables cuchufletas de los dirigentes populares.

Sin embargo, Arrimadas comparte la situación del PP en buena parte de las autonomías y ayuntamientos españoles. Es incapaz de cristalizar su condición de minoría mayoritaria, precisamente porque su ascenso se cimenta sobre la caída de los socios que deberían auparla a la Generalitat.

De ahí que la interpretación con mayor futuro presidencial establezca que el Govern disuelto por Mariano Rajoy mantiene su mayoría en Cataluña. Cuando la antigua CiU y Esquerra se unieron en Junts pel Sí, obtuvieron unos decepcionantes 62 escaños en 2015. Con sus jefes de filas en el extranjero y en la cárcel, suman ahora mismo 66. La adición es lícita, porque ni siquiera los magistrados de la Audiencia Nacional han sabido rastrear diferencias penales entre los dirigentes de ERC y de Junts per Catalunya. Costaría por tanto interpretar un retroceso de sus tesis. La subida se produce a costa de la CUP, pero este trasvase define la fluidez en la entera panoplia de opciones.

Si Arrimadas concederá a Madrid la Juana de Arco que estaban buscando para neutralizar la independencia, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont son los candidatos reales a presidir la Generalitat con permiso de los jueces que quieren verlos encarcelados. Dado que han sido votados por las mismas ideas que los condenan a una prisión sin juicio, en algún punto de la instrucción judicial habrá que integrar la voluntad popular.

La normalidad ha regresado a Cataluña, pero no en la variante que pretendía imponer el Gobierno. Se arrincona el desvarío independentista, clausurado por falta de votos y por la huida de las grandes empresas. Sin embargo, se castiga con mayor dureza al PP, que ha querido encarnar la humillación desde una distancia no solo geográfica que Ciudadanos ha sabido combatir.

En la izquierda estatal, queda claro que el PSC se sigue identificando en Cataluña como un PSOE en retroceso. Al igual que Arrimadas ha materializado las expectativas, Miquel Iceta es el gran fracasado en cuanto al contraste entre su proyección personal y los votos que ha conseguido. Quedarse al límite de la veintena de diputados no justificaba la espuma de las encuestas. El bullicioso socialista no hubiera corrido peor suerte de haber realizado su campaña desde el extranjero.

Los once diputados obtenidos por el PP en 2015 ya ponían en duda la solvencia de Rajoy para afrontar La Moncloa, a partir de tan exigua representación en Cataluña. Agravar la pésima salud del enfermo parecía imposible, pero los populares antaño hegemónicos lo han conseguido. El 97 por ciento de los catalanes no votan al partido del presidente del Gobierno. La contabilidad a escudriñar aquí mide el número de sufragios que han perdido los populares a cada visita de su supuesto líder a Cataluña.

Cuesta imaginar que Arrimadas concrete su poder en la Generalitat, pero se ha propulsado como líder estatal por encima de Rajoy y, sobre todo, de Albert Rivera. La derecha española se enfrenta al trance de una feroz disyuntiva. La teoría del voto diferencial entre los catalanes y los castellanoleoneses queda neutralizada, tras la campaña estelar a favor de la candidata de Ciudadanos.

Dado que ha deglutido a los diputados populares sin pestañear, Arrimadas tiene derecho a proclamarse campeona de la derecha en toda España. Mientras tanto, el PP paga las pesadas facturas de las cargas policiales del 1-O y del 155 que debió enarbolar con sordina.