Berenguela de Barcelona, una mujer catalana, emperatriz de Castilla y León por su matrimonio con el rey Alfonso VII, destacó en el siglo XII por su templanza, valentía y sabiduría política, además del mecenazgo artístico. Los historiadores que se han dedicado a estudiar su vida consideran que fue uno de los personajes que merece un puesto de privilegio en la Historia de España. Acompañaba a su marido en las batallas, frenó la sublevación en Asturias y resistió heroicamente al Toledo sitiado por los musulmanes.

Bella y culta, también introdujo en el Reino de Castilla el gusto por los trovadores provenzales, apoyó a escritores que narraban las hazañas del Cid y fomentó el peregrinaje a Santiago de Compostela, donde fue enterrada. José Enrique Ruiz Domènec, director del departamento de Ciencias de la Antigüedad y la Edad Media de la Universidad Autónoma de Barcelona, la describió en un artículo publicado en La Aventura de la Historia como «una catalana que pensó España trescientos años antes de que los Reyes Católicos decidieran algo parecido».

Existe cierta discrepancia sobre la fecha de nacimiento de Berenguela. La mayoría de los autores la sitúan en Barcelona en 1108, aunque hay algunos que la retrasan hasta 1116. Era hija del conde de Barcelona, Ramón Berenguer III y de su esposa, Dulce de Provenza. La leyenda asegura que Berenguela destacaba por su belleza e inteligencia, cualidades que la hicieron atractiva a un buen número de pretendientes, incluido Alfonso VII, rey de Castilla y León, que se haría llamar el Emperador.

Sin embargo, el matrimonio obedeció puramente a razones de Estado porque el monarca conocía de primera mano no solo las cualidades de su futura esposa, sino la poderosa alianza que significaría frente a su oponente, el rey de Aragón, otro Alfonso, «El Batallador».

El monarca aragonés era, además, padrastro del rey castellano al ser el segundo esposo de su madre, Urraca, si bien el matrimonio fue anulado años más tarde. Parte de la nobleza castellana apoyaba a El Batallador, en permanente disputa con su hijastro y a quien llegó a arrebatarle Burgos.

Boda de Estado

La boda fue uno de los primeros asuntos de Estado abordados cuando Alfonso VII subió al trono, y se celebró en el monasterio de Saldaña (Palencia), con gran boato, en noviembre de 1128. Para la novia el camino hacia el altar no fue fácil: tenía que llegar al reino de León atravesando tierras del reino de Aragón, en disputa con Castilla, y ni siquiera los caminos francos de los peregrinos a Santiago ofrecían garantías de seguridad, puesto que la unión entre Castilla y el Condado de Barcelona dejaba al monarca aragonés a merced de sus poderosos vecinos.

Finalmente, la comitiva viajó por mar gran parte del trayecto atravesando las tierras del sur de Francia para embarcar nuevamente y llegar a puerto seguro en las costas del Cantábrico. Un año después de contraer matrimonio se cuestionó la legalidad del mismo, debido a un remoto grado de parentesco entre ambos. Un enviado del papa se desplazó para estudiar el caso y reunirse con los obispos en el sínodo de León, tras lo cual se declaró la validez de la unión.

El papel que jugaría la reina Berenguela no sería, sin embargo, el de mera consorte. Se convirtió, según la crónica de mosén Miguel Carbonell, en gran amiga de Sancha, hermana del rey que ostentaba el título de Imperator Hispaniae. Ambas fueron las principales consejeras de Alfonso VII. El papel de las dos fue decisivo para aplacar la segunda de las tres revoluciones encabezadas por el conde Gonzalo Peláez, señor de Asturias, aunque terminara exiliado en Portugal, reinado por Afonso Henriques, primo del monarca castellano y coronado tras el tratado de paz que se había firmado en Zamora. También fue determinante el papel de la reina para que el emperador se sumara a la batalla de su hermano Ramón para la conquista de Almería.

Arrojo en la batalla

La presencia de la reina en el campo de batalla fue también una constante. Historia y leyenda se entremezclan al relatar la heroica resistencia de Toledo frente al ejército musulmán, cuya defensa había encargado Alfonso a su esposa cuando partió al sitio del castillo de Aurelia, cerca de Aranjuez. Aprovechando esa larga ausencia, Toledo fue sitiada por un ejército de 30.000 hombres. La emperatriz logró reunir un pequeño número de soldados, escaso, sin embargo, para hacer frente a las tropas almorávides. Recurrió entonces a una estratagema diplomática y su condición de mujer. Algunos estudiosos se hacen eco de una arenga contra los caudillos musulmanes lanzado desde una torre del castillo. Otros autores recogen como auténtico el envío de un mensajero que portaba una carta en la que decía: «¿No conocéis que es mengua de caballeros y capitanes esforzados acometer a una mujer indefensa cuando tan cerca os espera el emperador? Si queréis pelear, id a Aurelia y allí podréis acreditar que sois valientes, como aquí dejar demostrado que sois hombres de honor si os retiráis». El ejército musulmán puso fin al sitio y marchó contra el monarca, que acabó venciendo. El alcaide de Toledo, Nuño Alfonso, entró victorioso en la ciudad portando las cabezas de los emires de Sevilla y Córdoba y las mandó colgar de las torres del Alcázar. Sin embargo, la reina ordenó retirarlas y embalsamarlas para enviárselas luego a sus viudas guardadas en cofres de oro.

Sentido de Estado

Tantas virtudes y desvelos no encontraron, sin embargo, total lealtad por parte de su esposo. Su vida conyugal estuvo salpicada por las infidelidades del rey, y en particular por la relación entablada con una de sus amantes, una noble asturiana llamada Gontrada García, con la que tuvo una hija, Urraca. Berenguela antepuso el «seny» que le venía de cuna. Nunca se dejó influir por los sentimientos y priorizó siempre el interés político de un territorio germen de la futura España.

Hasta se encargó personalmente de que Urraca tuviera aspiraciones a un trono al desposarla con García Ramírez de Navarra. Respetada por sus vasallos y amada por sus súbditos, la reina alumbró hasta siete hijos, tres de los cuales murieron durante la infancia. Fue madre de Sancho III de Castilla y Fernando II de León, con lo que aquella unidad soñada volvió a quebrarse. Tuvo, igualmente, dos hijas, Constanza, casada en 1154 con Luis VII de Francia, y Sancha Beatriz, casada con Sancho VI de Navarra.

Falleció en 1149 y, por expreso deseo suyo, descansa en la capilla de las reliquias de la Catedral de Santiago de Compostela. El sepulcro está rematado con la estatua yacente de una mujer de elegante tocado y bello rostro. En el epitafio puede leerse «Aquí yace la emperatriz doña Berenguela, hija de don Ramón Berenguer y doña Lucía (equivocadamente, por Dulce) de Barcelona. Primera mujer de don Alfonso Ramón. Falleció era de 1187, a primeros de febrero. Sepultóse en esta capilla por haberlo pedido a la hora de su muerte, por devoción particular que tuvo toda su vida al santo apóstol Santiago».

Han pasado 830 años desde entonces y quizá hoy sea uno de los momentos de la Historia en los que más se echan de menos personas con la capacidad y la templanza de la bella e inteligente Berenguela, la catalana que soñó España.