Ha sido el fin de semana más bipolar de la historia. El sábado, cuando Rajoy sacó en la Caja Mágica el conejito duracell del líder que dura y dura, descubrimos el implacable poder de la omisión y la inmovilidad. Nada más demoledor que un gallego haciéndose el sueco para que todos se vayan quedando en el camino (Aznar, Bárcenas, Rato y el largo etcétera corrupto de Gürtel) mientras el líder menos líder del mundo sigue adelante; él sin andar pero sin correr, como cuando va en atuendo deportivo, con ese paso de canillas flacas que es a la vez de legionario y de tortuga. Rajoy, ahora lo sé, es la constante cosmológica de la política y hay que gritarle aquello de "Amanece que no es poco": "¡Todos somos contingentes menos tú, que eres necesario!". Hay que ver lo que da interiorizar bien aquel consejo de Franco: haga como yo, no se meta en política.

Sábado de omisión en la Caja Mágica popular, y domingo de acción trepidante en Vistalegre, donde Pablo le metió un rejón de los memorables al increíble Benjamin Button de Podemos. Por empollón le acaban de saltar los dientes a Íñigo en la pelea del patio del Instituto, mientras toda la clase corea "Unidad, unida" haciendo corro alrededor. Veinte puntos (de diferencia porcentual de votos) le han tenido que coser en la cara al pobre Errejón; por aperturista le abrieron las carnes. Si la trifulca se hubiese desarrollado en el mundo mágico del PP ya tendríamos que suponer un final cervantino y después de las baladronadas habría que escribir "fuese y no hubo nada". Pero este es el territorio del macho alfa de la coleta; es la selva morada de los emergentes, amiguitos, el documental de La 2 de la política. Aquí la ideología se vive a flor de piel y, como diría Belén Esteban, yo por mi Gramsci mato. Así que veremos si cuando llegue el lunes 13, pesadilla en Pablo Street, Podemos acaba en poda o qué.