La gran pregunta en estos momentos ya no es si Sánchez seguirá al frente del PSOE la próxima semana o si será sustituido por el asturiano Javier Fernández. La cuestión es si el PSOE se mantendrá vivo como un partido de Gobierno viable a medio o, al menos, a largo plazo.

Tras los sucesos de septiembre ya es historia el que el PSOE sea el gran partido de España, el que gobierna por defecto, el que solo sale de la Moncloa cuando la fastidia demasiado (hasta ahora solo había perdido elecciones cuando la gente se hartó de un Felipe González acorralado por la corrupción y tras el hundimiento económico de los últimos años de Zapatero).

La duda es si el PSOE será la próxima semana un partido fallido que malvivirá unas cuantas legislaturas en los márgenes del parlamento sin apenas influencia en la vida del país. Por eso los dos bandos están condenados a entenderse en la comisión federal. Porque conocen perfectamente su triste destino pasará si no llegan a un mínimo apaño. Aunque como no hay nada en el mundo más imprevisible que la política, las dos facciones del socialismo español pueden ser plenamente conscientes de la necesidad de llegar a un acuerdo para sobrevivir y acabar matándose a palos.

Lo único que está claro en esta guerra es el final. Gane quien gane, ya sea con un acuerdo de mínimos o tras cortar la cabeza del rival, el nuevo líder socialista tendrá que postrarse ante Mariano Rajoy para rogarle que presente de nuevo su candidatura a la presidencia del Gobierno. Y es que, acabe como acabe la crisis interna del PSOE, los socialistas necesitan que las próximas elecciones generales sean dentro de varios años. Necesitan tiempo para reconstituirse. La alternativa, unas terceras elecciones en diciembre, puede dejar a los socialistas en una posición insignificante frente a un Mariano Rajoy al borde de la mayoría absoluta y con Podemos al frente de la oposición.

Aunque evidentemente todo esto no dejan de ser especulaciones. En política tres meses son un mundo. ¿Quién hubiese imaginado hace solo un año, con el PP hundido en las encuestas, que ahora tendría la mayoría absoluta en Galicia y casi todas las bazas para mantener la Moncloa con cierta comodidad?

Pero, hoy por hoy, pensar en un nuevo vuelco electoral de aquí a diciembre no deja de ser un sueño en el que probablemente ni un solo socialista crea. Así que a partir de la próxima semana solo les quedará hacer de tripas corazón y acudir con sus mejores sonrisas a Mariano Rajoy a pedirle que se quede.