Cómo nos ilusionamos. Como si hubiéramos ganado. Era el fin del bipartidismo; de las mayorías absolutas y los rodillos. Casi daba igual a quién hubiéramos votado. Adiós Cánovas, adiós Sagasta. Ahora habrá que negociar, pensamos, nadie podrá ya imponer una reforma laboral indecente dirigida al beneficio de unos pocos salvadores que nos saquen del atolladero ( “¿Cómo quieres que me apriete al cinturón si al mismo tiempo me pides que me baje los pantalones?”, leí en una pancarta). Pero el capital se esconde. Qué miedo. Qué incertidumbre. Esto es la revolución. Esto es Venezuela, ¿presuntos gobernantes del país hablando con presuntos etarras? ¿Codeándose con separatistas? ¿Qué va a pasar? Yo me guardo el dinero hasta que no lo vea claro, hasta que no vea el campo expedito, las reformas laborales, los mínimos costes. Y bendita democracia. Donde todos los votos son iguales, valen lo mismo. Pero algunos pesan más que otros. ¿Podrá ese capital permitir que gobiernen otros que no sean Cánovas o Sagasta?

Porque el juego de la derecha y la izquierda en el que movieron ficha años y años PSOE y PP ya no se lo cree nadie. Lo dijo el iluminado Anguita en sus tiempos: están en la misma orilla. ¿Quién si no empezó con los contratos basura, con la reforma laboral? Y claro, pactar entre ellos les rompe el juego. ¿Cómo se entiende? Por la seguridad del país, dicen. Este país donde nos están cayendo bombas día a día, donde se queman las iglesias, donde nuestra vida corre peligro. Por la seguridad del país.

Y la cosa está tan floja que hasta el mismo Rajoy habla de un pacto con el PSOE. Y uno se vuelve loco. ¿Tan peligrosos son los otros? ¿Nos van a pasar a cuchillo? ¿No era el juego de la democracia? Bendita democracia apuntalada con grandes soportes de hormigón dialéctico. El que mande aquí, que dé un golpe en la mesa. (Perdón, que a veces se me va la cabeza, quizás por leer demasiado a Marx en mi adolescencia.)

Bendita democracia. Hasta que las cosas salen mal. Bendita democracia. Y oigo por las calles, por los rincones de los bares, que debe ser presidente el del partido más votado. Y oigo por las calles, por los otros rincones, que no debe ser presidente alguien a quien, en su mayoría, la gente ha votado contra él. Qué difícil.

Y como si no fuera con nosotros (puñetera y bendita democracia) ahora ellos con los votos en la saca se hacen sus cábalas. Y empieza un juego de poder, como de damas (no llega al ajedrez, la inteligencia política parece que en este país no da para tanto). Un suma y resta, qué me da esto y qué me quita. Y el honorable Rajoy le dice a su majestad que no, que no lo ve claro. Te toca tirar. (Mientras tanto, el ingenuo votante las ve pasar).

Los votantes ya han desaparecido. Como en un espectáculo de ilusionismo. Ahora las vemos pasar. Es un juego de tronos, de poderes. Uno quiere ser vicepresidente y le tiende el cetro al otro, al que siempre estuvo en la otra orilla. Y Rajoy, el hombre recto que daba una colleja a su hijo en un programa deportivo, el del plasma, se pone serio. Y nuestras papeletas ya son escaños. Y ellos juegan. Pero, espera, que falta alguien.

¿Y el capital?, ¿dónde está?, ese capital del que dependemos todos, hasta la democracia. En la partida es como el Joker. Todos lo quieren. Bendito capital.