15 horas. El colegio electoral de la calle Mallorca, en el Eixample de Barcelona, toma un respiro. Las colas, siempre ordenadas, han disminuido considerablemente. Reina la tranquilidad. Entre los que toman turno, salen y se disponen a entrar con un "si us plau" por delante, se escuchan unas pocas palabras en castellano. "Bueno, es hora de ir a comer". Provienen de un pequeño grupo compuesto por tres mujeres que ya no cumplirán los 55 y que lucen su acreditación como interventoras del Partido Popular. Dentro todo es orden. Las interventoras del "Junts Pel Sí", también entraditas en años, dirigen el tráfico para orientar al personal hacia las urnas. En ese umbral, una mesa alargada exhibe los montones, ordenados y compactos, de las papeletas. Enfrente, una cabina con cortinilla que nadie usa. Nadie. Quien entra va directo a la mesa, busca hasta ubicar lo que quiere, agarra la hoja que le interesa y se cuela por el pasillo hacia la urna. Son las tres de la tarde, buena hora para un microsondeo a vuela pluma. Pongo el cronómetro, contabilizo un minuto, sesenta segundos exactos, y hago escrutinio de los votos emitidos. En ese corto espacio de tiempo pasan seis votantes por la mesa. Tres eligen la papeleta de "Junts Pel Sí"; uno, la de la CUP; otro, la del PSC y el último la de Ciudadanos. Apunten la proporción. Y esperen a la noche.