Verán, cuentan que, desde hacía semanas, en aquellas cuadras nada era igual. Los animales se mostraban nerviosos y asustados. Sin embargo, las sospechas mayores comenzaron al observar a dos yeguas, una adulta y un potrillo que, además de pasarse las noches relinchando y gritando, habían comenzado a presentar heridas sangrantes que, a priori, no eran compatibles con enfermedad alguna.

Supongo que, al principio, sospecharían que podría tratarse de algún animal que se colara cada noche. Quién sabe si una rata, un zorro o un perro abandonado. Después, me imagino que, al no encontrar resto alguno de éstos, pensarían en la posibilidad de que se tratara de algún ladrón, pero tampoco faltaba nada. Así que, desesperados y asustados, decidieron colocar una pequeña cámara que, al menos, les permitiera ver qué ocurría allí dentro.

Y llegó la primera noche y, de nuevo, comenzaron los gritos, pero la cámara cumplió fielmente su función. Por primera vez, pudieron ver qué ocurría en el interior y, al descubrirlo, quedaron horrorizados. En las imágenes aparecía una persona, alguien aparentemente normal, que se acercaba a los animales y, una y otra vez, los violaba salvajemente introduciéndoles, incluso, objetos contundentes que les desgarraban el cuerpo y el alma.

Desgraciadamente, no es el primer caso de este tipo que conozco. He denunciado personalmente algunos parecidos. Siempre recuerdo, por ejemplo, el de una perra que, por la continua violación de su dueño, apenas podía caminar. El animal tenía tal cantidad de desgarros, que necesitó asistencia urgente veterinaria. ¡Qué pena!

Y es que la historia de esos dos caballos nos muestra una de las peores caras del maltrato, que, encima, suele quedar impune. Sin embargo, en este caso no ha sido así y los responsables del establo han denunciado ya los hechos ante la Guardia Civil, que, tras identificar al presunto responsable, lo ha detenido y puesto a disposición judicial. Dicen que es un vecino de la zona que tiene familia y, quién sabe, es posible que así sea, pero lo que es seguro es que no tiene respeto, sentimientos, dignidad ni, por supuesto, humanidad alguna. Eso está claro.