En nuestro país se ha puesto freno a los circos con animales, muchas leyes autonómicas de protección animal los prohíben, si no ordenanzas o incluso ayuntamientos que han adquirido el compromiso de no permitirlos. Existe una mayoría en contra de la utilización de animales salvajes en espectáculos, y resulta incluso habitual que personas no implicadas al 100% con la protección a los animales tengan una opinión formada contra los circos con animales. Sin embargo, cuando viajamos parece que la cosa cambia. Me refiero al hecho de que en países donde resulta algo «habitual» ofrecer a los turistas la asistencia a espectáculos con animales salvajes (como elefantes que pintan o juegan al fútbol, monos que montan en bicicleta, serpientes «encantadas») exista una cierta aceptación por nuestra parte.

Parece que una vez pasamos nuestras fronteras la protección a los animales no importe cuando lo cierto es que los animales sufren igual aquí que en otro país puesto que se les obliga a tener comportamientos contrarios a su naturaleza, porque no, los elefantes ni son felices pintando con acuarelas, ni jugando al fútbol, ni muchas cosas más a las que se les obligan.

La protección a los animales no debe quedar en nuestras fronteras, sino que por el hecho de que en algunos países esté socialmente «aceptado» o sea utilizado como reclamo turístico y no tengan una protección legal adecuada no significa que debamos aceptarlo o que tengamos que participar en esta explotación ni acudir a este tipo de espectáculos. Debemos ser coherentes con nuestros principios.