Había una vez un alma pura que los humanos tiñeron de negro. Ella se llama Zyra y es una perra de raza American Stanford. La tenía un hombre que, después de varios intentos y mucho dolor, consiguió obligarla a que matara a otro perro pues quería que pelease. Era una madre a la que le habían quitado a sus hijos, ella ya no podía soportar más golpes, así que, sin darse cuenta, cayó en algo que le pesaría durante toda la vida. Un profundo vacío llenó su corazón€ ella había venido a cuidar de los que quiere y sintió tanto dolor, que por más palos que siguió recibiendo, decidió no volver a hacerlo.

Después de varias palizas, este hombre la abandonó y terminó en un refugio donde se mostraba extremadamente agresiva con todo el que intentaba acercarse. Ella se sentía tan mal, el dolor y la culpa eran tan grandes por lo que había hecho, que tenía pánico a que volviese a suceder. No confiaba en nadie porque no confiaba en sí misma. La gente pensaba que les estaba atacando, pero realmente ella les protegía.

Veía una y otra vez a su hermano perro morir ante sus ojos, no podía olvidar el olor a sangre sobre su hocico€ Tenía miedo de sí misma, se había convertido en algo que ella no era ni sabía ser.

Este animal tuvo la gran suerte de terminar con otras almas puras como la suya, que lucharon con sus únicas armas: la paciencia y el amor. Tras mucho tiempo y esfuerzo, consiguieron que confiase en uno de los voluntarios. Él la miraba con los ojos del corazón y veía en ella a la perra que había sido y que realmente es. Le susurraba al oído: pequeña Zyra tú eres buena, no tenías otra opción... y confiando en que su amor curaría sus heridas, poco a poco cambió. Recuperó su verdadera identidad, una perra fiel, cuidadora y alegre, que con su pelota en la boca es feliz. Y pudo dejar atrás el dolor y la culpa por haber sido obligada a matar.

Esta es la historia de Zyra y la de muchos otros mal llamados PPP. Animales nobles, buenos y con una energía limpia y pura, que algunos humanos se empeñan en destrozar.