Recuerdo cuando era niña que en esta época acudíamos toda la familia a la feria de Navidad tanto para montar en las atracciones como para conseguir algún premio en las casetas. Antes era habitual que la destreza o la habilidad en alguna prueba de la feria fuera recompensada con un pez o un pájaro. Como si de un peluche o un muñeco se tratara, muchos feriantes ofrecían como premio algún animal, sin pensar más allá, ni en sus necesidades ni en la vida que le podía esperar una vez fuera entregado al «vencedor» de la prueba. Afortunadamente, actualmente es muy raro verlo, toda vez tanto las normas de protección animal autonómicas como ordenanzas municipales prohíben dar animales como premio o recompensa.

La prohibición supone que, si por ejemplo en un mercado navideño o en una feria se ofrece como premio algún animal, se esté incumpliendo la normativa y el responsable pueda ser sancionado administrativamente con una multa. Las multas suelen ir de los 30 a los 3.000 euros, dependiendo de la Comunidad Autónoma o municipio donde se produzca el hecho.

Debemos tener en cuenta que los animales tienen unas necesidades mínimas cuyo poseedor se encuentra obligado a satisfacer. Ello no sólo implica su alimentación, sino también que dispongan de un espacio necesario según sus características y especie de que se trate. Resulta evidente que ofrecer animales como premio o recompensa en absoluto tiene en cuenta dichas necesidades y es más, la adquisición responde a un acto espontáneo o no meditado que puede suponer que la persona que recibe dicho «premio» no se encuentre preparada para responsabilizarse de un animal, o que no pueda cubrir sus necesidades.

Por otra parte, la prohibición (aunque de forma indirecta) dota a los animales de su naturaleza como «seres sintientes» que no pueden ser tratados como si de un objeto se tratase.