Antiguamente se pensaba que los sentimientos diferenciaban a los animales de las personas. Hoy ya nadie lo cree. Está claro que la relación que se establece por ejemplo entre una persona y su perro o su gato es de puro amor, ¿por qué no? Pero ¿y entre dos perros, dos leones, o dos caballos, por ejemplo? ¿Es eso también amor?

Los pingüinos son animales fieles hasta la muerte. Cuando se juntan, nada ni nadie puede separarlos. Al menos, así era hasta ahora. Sin embargo, quizás el mundo de las relaciones abiertas ha llegado también a ellos.

Recientemente ha fallecido, a los 20 años de edad, Grape-kun. Grape era un pingüino que vivía en el zoo japonés de Tobu. Su pareja de toda la vida era Midori. Sin embargo, quiso la mala suerte de Grape que Midori un día conociera a un pingüino más joven y guapo que él. Sin dudarlo, ella siguió la llamada de su corazón y lo abandonó. Para Grape aquello no fue ni mucho menos fácil. Se sintió hundido y derrotado por la vida. Cayó en una grave depresión de la que sus cuidadores no sabían cómo sacarlo. Pero un día, casualmente, los gestores del parque colocaron un cartel con el dibujo de Hululú, una conocida pingüina protagonista de una serie de animación para niños. Grape, al verla, volvió a sentir la llamada del amor y, aunque sólo era una foto de cartón, decidió extender sus alas hacia su pico en clara forma de cortejo. A partir de ese momento, cuentan sus cuidadores que Grape pasó el resto de su vida recostado a su lado mirándola. En fin, cosas del amor.

Porque, sí, los animales salvajes o de compañía se enamoran. Lo dice la ciencia. Todos generamos sustancias neuroquímicas como la oxitocina o las endorfinas que hacen que nos enamoremos. Los perros, patos, tigres, elefantes, gatos o delfines, por citar sólo a algunos, también. Esas sustancias son las que generan comportamientos como la admiración al otro, la contemplación ensimismada, la excitación o, sin ir más lejos, esas famosas mariposas en el estómago que nos avisan de que nuestra mente va por un lado y nuestro corazón por otro.

Sin embargo, lo más sorprendente no es que los animales puedan sentir amor. Eso, más o menos, lo intuíamos todos. Lo realmente increíble es que pueden sentir desamor. Eso fue lo que sintió Grape y lo que, sin duda, sienten a diario miles de perros y gatos en nuestro país cuando son abandonados por sus dueños: el desamor, el más doloroso de todos los sentimientos, el que te hace morir aunque, aparentemente, respires y sigas con vida.