El otro día una paciente con una autoestima dañada no era capaz de encontrar ninguna situación en la que no se sintiese juzgada. Cualquier entorno o situación le resultaba hostil al sentirse pequeñita de cara a la imagen que podría proyectar a los demás. Entonces le pregunté cómo se sentía ante los ojos de su perra y de su gata. Su cara se iluminó al darse cuenta que eran los únicos que la aceptaban. El amor que ellos nos proporcionan es un amor incondicional y en consecuencia, sanador para la mayoría de las personas pues es muy difícil de encontrar. Ellos son todo corazón y aunque algunos los consideran inferiores por no pensar, yo creo que eso en muchos casos es una ventaja y no una señal de inferioridad. Si los humanos actuásemos más con el corazón, en lugar de tanto con la mente, e intentáramos no dar siempre prioridad a esa parte racional, conseguiríamos mucho más y cosas mucho más bonitas. Conoceríamos la experiencia de dar sin esperar recibir, de amar sin necesitar nada más, y eso son los animales los que nos lo enseñan, los grandes maestros dentro del arte de amar.

Nuestros animales sólo necesitan sentirse queridos y no esperan nada más. Evidentemente es nuestra responsabilidad, como ya hemos hablado en otros artículos, proporcionarles una calidad de vida que va mucho más allá, ya que aunque ellos se conformen con eso no es suficiente si los queremos tratar desde la responsabilidad. Pero si analizamos esta diferencia entre humanos y animales, nosotros no nos conformamos nunca y siempre queremos más, no es suficiente con que nos amen, sino que exigimos siempre más. Ese sentimiento de insatisfacción constante que es común encontrar a nivel general en la sociedad, los animales no lo tienen y eso hace que su felicidad sea mucho más fácil de alcanzar. Pero sobre todo la inexistencia de juicios como en el caso de esta paciente es lo que más nos puede aportar, ya que estas etiquetas y estereotipos hacen muchísimo daño a las personas, generando un dolor y un malestar, que a veces sólo los animales pueden curar.