Como saben, cuando llega la primavera, la naturaleza acoge, cada año, el milagro de la vida. Los animales se sacuden, entonces, el sueño de un largo invierno y comienzan a vivir, intensamente, «la fiesta del amor». Sí, toca la reproducción, uno de los deberes más sagrados del reino animal.

Para ello, machos y hembras no escatiman en colores, pelajes y plumajes, luciendo sus mejores galas y derrochando habilidades y encantos por doquier. ¿El resultado? Ya se sabe, la vida vuelve a ser la protagonista de esta época. Los animales fecundan el nacimiento de nuevas crías, cachorros y polluelos que, en tan sólo unas semanas, abrirán sus ojos al mundo.

Sin embargo, a diferencia del resto de animales, para nosotros -los humanos- no existe una época determinada de cría. La primavera es sólo una estación más en nuestras vidas pero, no crean, aunque podemos tener hijos todo el año, no en todo somos tan distintos a ellos. Verán, si hay algo que nos une es que, antes de tenerlos -de una forma u otra- todos hacemos nuestro «nido». ¿Se sorprenden? Los humanos sentimos la necesidad imperiosa de preparar el cuarto del hijo que va a nacer. Necesitamos, según se va acercando la fecha, reformar la habitación, la casa o, incluso, si podemos, hasta comprarnos una nueva vivienda. No es una cuestión, simplemente, práctica, es la llamada de la naturaleza que nos pide un lugar idóneo donde mantener protegido a nuestro bebé.

En la naturaleza salvaje, por supuesto, ocurre lo mismo. Ante la proximidad del nacimiento de nuevas crías, los padres buscan cobijos adecuados para ellas, construyen madrigueras o, excavan en la tierra cuevas, en las que protegerlas. Por el contrario, en el caso de los pájaros, como es conocido, construyen nidos y -pese a ser, probablemente, los menos dotados físicamente para ello- son, sin embargo, los que con más dedicación se vuelcan en el tema. Los realizan, principalmente, a base de ramas y hojas secas -según cada especie- y -a falta de garras o pezuñas- usan su pico para colocarlas, sus patas para amasarlas y su cuerpo para darle forma. ¿Y el toque final? Ese se lo dan con telas de araña. Sí, hilo a hilo, van rodeando toda la estructura con los mismos y dotando a ésta de una fenomenal textura, fuerza y unión. Ya ven.

Quizás por eso cuando no hace mucho un grupo de científicos presentó, como gran descubrimiento, las propiedades de los hilos de tela de araña y su resistencia superior al acero, pensé: ¿Y ahora se enteran éstos? Llegan un poco tarde, ¿no? Supongo que, en el fondo, es lo de siempre, ya se sabe, los humanos miramos a los animales, sí, pero no los admiramos. Ahí radica el problema.