A María Rosa todavía se le pone la carne de gallina. «Me preguntas y, al recordar lo que pasó, siento escalofríos», afirma. Deja un momento los fogones del bar Cal Nay, que está en Beniarbeig y junto al río Girona y el puente, y relata «el caos» y el terror que se apoderó de todos los vecinos el 12 de octubre de 2007 cuando el río Girona se desbordó con violencia y derribó el puente centenario de Beniarbeig. «Un chico de Excavaciones Pistola (es una empresa de Ondara) estaba con una maquina sobre el puente quitando las cañas y la suciedad. Menos mal que vimos que se iba a hundir, que ya no aguantaba más. Salió en el último momento».

Eda, la hija de María Rosa, tenía 12 años cuando la riada (también se desbordó el río Gorgos y medio pueblo de Calp quedó sumergido bajo el agua) destrozó cientos de casas en la Marina Alta y se cobró en el Verger la vida de Encarna Sánchez, una mujer de 90 años que quedó atrapada en su casa inundada con dos metros de agua. Eda recuerda que el río arrastró caballos, coches y barracas de agricultores. «No se me olvidará nunca. Y gracias que ocurrió de día, porque si el río se llega a salir de noche, hubiera habido más muertes», indica.

«Los vecinos abandonaban a toda prisa sus casas y no sabían qué quedaría cuando pudieran volver», añade María Rosa. Su hija también recuerda la reacción de solidaridad. «Los niños ayudábamos a sacar muebles y enseres de las casas arrasadas».

En el Verger, el desbordamiento del Girona devastó la calle Divina Aurora. Allí la tragedia sigue muy presente (fue donde falleció la mujer). Los vecinos nunca se han recuperado del golpe. La mayoría prefiere no recordar.

Unos metros río abajo, pero todavía en el nucleo urbano del Verger, se alzaba, junto al puente de l´Almàssera, una preciosa casa pintada de rojo. Era la vivienda de José Andrés y Vicenta, quienes en la planta baja tenían un comercio de papelería y librería. «El río se llevó nuestra vivienda, el negocio y nuestro coche y el de nuestra hija; nos quedamos sin nada», rememora José Andrés. «Pasamos dos o tres años muy malos. Aquel fue el peor día de mi vida».

Este matrimonio, ante la crecida del río, subió a la terraza de su casa. No había muro de protección y el furioso caudal socavó los cimientos del inmueble. «Empezaron a salir grietas y salimos pasando a los tejados de las casas vecinas. Fue tremendo, un desastre. Media casa se hundió. Le dije a mi mujer: «¿Y qué vamos a hacer ahora».

El comercio lo trasladaron a un local de las antiguas casas de los maestros, refugio de todos aquellos vecinos que en el Verger se quedaron sin casa. Luego volvieron a levantar la vivienda, que mantiene el precioso color rojo, y abrieron de nuevo el comercio. «Pero nunca olvidaremos aquellas horas tan duras y lo mal que lo pasamos durante los siguientes años».