La senda del turismo sostenible no va a ningún sitio si los turistas se hacen los longuis. El verano ha comenzado en Xàbia con atisbos de masificación. No ha llegado julio y las calas ya están a tope de bañistas y coches. Y lo peor no es eso. Que los turistas lleguen hasta los tramos de costa más apartados es un precio asumible. En el nuevo mundo del turismo (y las redes sociales), ya no hay secretos.

El problema es que algunos bañistas se dejan la urbanidad en casa. Empieza a abundar un arquetipo de turista que sonroja a los municipios que han decidido que el turismo de calidad les aporta mucho más que el de cantidad.

Es el caso de Xàbia, cuyo alcalde y edil de Turismo, José Chulvi, enarbola la bandera del turismo sostenible. Falta que los visitantes se lo crean.

Este fin de semana ya se han visto en las calas imágenes preocupantes. Hay bañistas (cada vez más) que no se molestan en recoger la basura que generan. Bajan a tramos litorales de difícil acceso cargados hasta con neveras. Y luego regresan ligeros de equipaje. En el último recodo de la Cala Blanca, una de las playas más bellas de Xàbia, un grupo de bañistas tiró este fin de semana incluso botellines de cristal de cerveza. La multa por estos comportamientos incívicos es de 750 euros.

También sorprende descubrir cada vez más en el mar manchas de suciedad en las que abundan los plásticos. Este sábado, en el litoral entre Ambolo y la Granadella (de acantilados y con calas a las que sólo se puede acceder por mar), flotaban numerosos recipientes de plástico.

Los servicios de limpieza hacen lo que pueden. Xàbia tiene 25 kilómetros de costa y se han puesto de moda las calitas secretas. A primera hora, los operarios se afanan en limpiar la Granadella o en vaciar las papeleras de Ambolo. Pero no hay manos. La masificación enseña su peor cara y el verano no ha hecho más que empezar.