Las 8.000 toneladas de tierra de cantera arrojadas antes de Pascua en la playa del Portet de Moraira debían, con el tiempo, convertirse en arena tan fina como la que, aunque escasa, siempre ha tenido este atractivo tramo litoral. Pero, de momento, la gravilla resiste. Es más, ocupa la mayor parte de la superficie de una playa que incluso ha cambiado su color. La arena siempre ha sido aquí de tonalidad más oscura. Ahora es más marrón y terrosa, y de grano grueso.

Los bañistas que han regresado este verano al Portet han encontrado la playa cambiada. Les sorprende la anchura que se ha ganado con la regeneración que efectuó la jefatura provincial de Costas a mediados de marzo. Entonces se vertieron aquí 8.000 toneladas de arena extraída de una gravera de Altea.

El vertido de toda esa tierra provocó que el agua se tiñera de marrón. Todavía ahora, cuando hay un poco de oleaje, la orilla está turbia. El mar tardará en limpiar el polvillo de este sedimento. Eso sí, un par de metros mar adentro el agua ya está clarísima. Los fondos de posidonia oceánica se ven perfectamente. El polvillo en suspensión de la tierra de gravera no parece haber causado ningún impacto en este valioso ecosistema.

Ahora hay unos 30 metros de arena donde el pasado verano el perfil de la playa era exiguo. De hecho, las olas llegaban a chocar contra el muro del paseo. Con todo, lo que más asombra a los bañistas es el tacto rugoso de la gravilla. Muchos turistas ya no caminan descalzos por la «arena». Lo hacen con chanclas para no arañarse los pies. La gravilla resulta más áspera. Los turistas buscan los rodales en los que se mantiene arena fina y más oscura para jugar a las palas. Es cuestión de tiempo que el mar suavice la granulosa tierra y la convierta en fina arena.

Pero este verano el Portet se queda de gravilla. Otra desventaja es que se hace difícil levantar un castillo de arena.