«No quería subir porque se me parte el corazón. Pero debía ver este desastre con mis propios ojos». Joana atisbaba ayer, desde una de las calles más elevadas de la Cumbre del Sol, en Benitatxell, la planicie arrasada por el fuego de la montaña pública de la Granadella de Xàbia. Estaba consternada. Sin embargo, tomaba fotografías sin parar con su teléfono móvil. Joana quería ver el horror.

Como esta mujer, cientos de curiosos están visitando estos días la Cumbre del Sol y la Granadella. Buscan lugares elevados, «observatorios» de la catástrofe. Y allí hacen fotografías y videos. Los envían con su móvil a amigos y familiares. La postal del incendio da la vuelta al mundo. Estas personas que quieren ver en toda su dimensión el desastre ya forman una categoría de curiosos a la que los se ha dado nombre: «turistas de catástrofes». Cuando en septiembre de 2014, ardió el cabo de Sant Antoni de Xàbia (otro hito paisajístico), ya subieron allí muchas personas a hacer y hacerse fotos. Sí, hacerse, dado que hay quien quiere inmortalizarse con el paisaje carbonizado al fondo. Se toman incluso selfies.

Ahora ocurre lo mismo e incluso magnificado. Se ha quemado un paraje litoral único, el de la Granadella. El fuego ha consumido hasta los acantilados y ha tiznado de negro la cala valenciana más de moda en los últimos años. Desde el martes, cuando tras dos días de fuego, Xàbia abrió las carreteras y permitió a los 1.400 vecinos desalojados volver a sus casas, el desfile de curiosos ha sido incesante.

Han acudido en gran número al mirador de la Cumbre del Sol donde comenzó el fuego. Luego buscan perspectivas más amplias del incendio. Quieren captar la imagen de la Granadella arrasada de cabo a rabo. Se quedan horrorizados. Pero no paralizados, ya que pronto enfocan con la cámara o el móvil y retratan el desastre. El turismo de catástrofes durará varias semanas. El morbo, pero también la nostalgia de perder un paisaje único que tardará décadas en recuperarse (el verde del margalló, una especie vegetal autóctona y de gran poder rebrotador, salpicará este monte en pocas semanas), impulsa a esa legión de curiosos. Los que suben ahora al menos son más precavidos que los turistas de catástrofes que trataban de colarse en las zonas cerradas durante el fuego para fotografiar las llamas. Estos últimos, que también los hay, pueden llegar a complicar las labores de extinción y los desalojos.

La cala de la Granadella, sobre todo, pero también las sendas y pistas forestales, son muy conocidas. Componen una postal que mucha gente guarda en la memoria. De ahí que ahora quieran cotejar ese recuerdo con el nuevo paisaje consumido por el fuego. Desde el Puig de la Llorença (la Cumbre del Sol, nombre de la urbanización, ha desplazado al de la montaña), se vislumbra casi todo el mapa de la destrucción. Mientras, desde el vial que serpentea en el extremo norte de la cala de la Granadella, también se captan imágenes impresionantes de las laderas carbonizadas. Ese paisaje sombrío ejerce un extraño poder de atracción. Cuando pasen unas semanas, la avalancha de curiosos se convertirá en goteo. En este paraje, hay rutas de bicicleta de montaña (las del Gurugú y la Teuleria) y sendas (la del castillo de la Granadella o la que va por el borde de los acantilados) que están entre las más bellas de la Comunidad. Combinan montaña y mar. El espectacular y quebrado litoral se ha convertido en los últimos años en un recurso de turismo activo de primera. Ahora ha perdido atractivo.