Más allá de los grandes datos del desastre medioambiental provocado por los incendios que han azotado estos días a la provincia están las pequeñas historias. Pequeñas historias que las llamas han transformado en una pesadilla para aquellos que han sufrido de un modo u otro el efecto devastador del fuego. Paula Gálvez e Inrich Kalimat son dos de ellos. Gestionan una granja de abejas diseminada por distintos espacios del término municipal de Tárbena, en la Marina Baixa. Pero el incendio que ha arrasado 600 hectáreas en este municipio, Bolulla y Callosa d'en Sarrià, ha dado al traste con una parte importante del sustento del que vive su familia desde hace 7 años.

El fuego ha acabado con sesenta colmenas con las que contaba este matrimonio entre las partidas de Rafelet y el barranco de la Rabosa, con una población de miles de abejas que estaban en plena producción.

Con rabia y desesperación por lo ocurrido, sumado a que todas las hipótesis apuntan a que detrás de este fuego está la acción del hombre, Paula relató ayer a este diario el momento en el que la Guardia Civil les dejó acceder al terreno y se encontraron con el desastre: «No ha quedado nada. La mayoría de las colmenas están totalmente incineradas y las que no se han quemado sólo tienen la tapa y la trampilla, pero los enjambres están todos derretidos y hay muchísimas abejas muertas».

Además de generar su propia miel a pequeña escala, el matrimonio se dedica principalmente a producir enjambres que, cuando están en condiciones óptimas, venden a otros apicultores. «Trabajamos sobre pedido y teníamos todos los encargos cubiertos para entregar en el otoño. Ahora, aunque tenemos otras colmenas en otras zonas de Tárbena, no vamos a poder atender esa demanda», se lamenta Paula. Aunque son conscientes de que el seguro les cubrirá en parte los daños, tal y como les informaron ayer desde la Asociación de Jóvenes Agricultores, de la que son socios, no saben cuándo llegarán las ayudas. «Hasta que no se declare la extinción y se lleve a cabo todo el papeleo, no sabemos el tiempo que puede tardar».

Pero sus preocupaciones van todavía más allá: «Las abejas son una especie en peligro, a pesar de que son vitales para el medio ambiente, pero la gente no es consciente», señala. Según explica, los apicultores diariamente tienen que sobreponerse a las amenazas que ponen en riesgo a sus abejas: «Los actos vandálicos, los pesticidas que usan los agricultores, la sequía... y ahora, el fuego».