Los chiringuitos son un negocio que va a más en la Marina Alta. Y desde hace unos años empiezan a sacudirse el tópico de la cerveza y las papas. Las sirven, claro está. Pero los chiringuitos ya no son los chamizos de antaño. Se han hecho finos. En la estética. Y en la carta. Atraen a un cliente menos playero. A turistas a los que no les duele gastarse los cuartos.

Estos negocios se han contagiado de la influencia de Ibiza, donde en las playas lo mismo se puede pedir un plato de calamares a la romana que productos más selectos. Algunos de los otrora modestos chiringuitos de la Marina Alta se han apuntado a la tendencia sibarita. Han incluido en sus cartas lo más de la distinción (también un poco de la ostentación), que es el champán. Y eligen las marcas de más solera, como Möet et Chandon, Laurent Perrier, Louis de Roderer y, por supuesto, Dom Pérignon.

De hecho, en un chiringuito de una conocida cala, frecuentada tanto por bañistas que llegan con las neveras portátiles como por turistas de gran poder adquisitivo (en los últimos años, los que tiraban la casa por la ventana eran los rusos), el producto más exclusivo de la carta es la botella de Dom Pérignon Vintage Rose, que se vende a 700 euros. En otro chiringuito de la comarca, la botella de Louis de Roderer Cristal está a 315 euros.

Estos negocios se están adaptando a los nuevos tiempos. En los años de la burbuja inmobiliaria, el turismo se «democratizó». Se construían más apartamentos y adosados. Sus precios estaban inflados, pero la «barra libre» con las hipotecas facilitaba que las clases medias hicieran realidad el sueño de comprarse un apartamento en la playa. Tras la crisis, en la Marina Alta está surgiendo un mercado de turismo de lujo. La construcción se ha especializado en vanguardistas chalés que, de media, están en el millón de euros. Y en las costas de la comarca cada vez se ven más megayates. Los restaurantes de cocina de autor también están en esa onda.

Los códigos del negocio están cambiando y los avispados empresarios de los chiringuitos lo ven venir. En Dénia, por ejemplo, se ha cambiado la ordenanza para que en estos negocios se pueda tener plancha y cocinar. Es el primer paso para romper la imagen de que los chiringuitos viven de la cerveza, los refrescos, los bocadillos y las papas. Luego, como ha ocurrido en el Montañar de Xàbia, se da el paso de cuidar la estética y colocar sofás y cenadores con cortinas. En definitiva, el turismo de lujo burbujea en la Marina Alta.