En Dénia, peatonalizar no es sinónimo de ganar espacios urbanos para los viandantes ni de apaciguar la ciudad al liberarla de coches y humos. Puede ocurrir justo lo contrario. Los vecinos temen que, al cerrarse una calle al tráfico, la conquisten los bares y la marcha. A una calle peatonal le sale la vena bullanguera. Y los vecinos, sobre todo en verano, cuando las terrazas de bares y restaurantes son un altavoz de cháchara, no pueden pegar ojo.

De esa paradoja nacen las resistencias a la peatonalización. Dénia parece que va al revés del mundo al no decidirse a sacar los coches de su histórico bulevar, de esa calle centenaria (el próximo año se cumplirá un siglo de su apertura al mar) que es Marqués de Campo. Esta calle, centro neurálgico de los negocios, del comercio y también de la gastronomía de la Marina Alta, le ha cogido ahora el gusto a trasnochar. El pasado verano reabrió el antiguo cine Condado, pero ahora transformado en sala de espectáculos y discoteca. Los vecinos están de uñas.

Desde hace unos años, Dénia ha dado rienda suelta a la fiesta. El auge de la gastronomía y de las terrazas ha relanzado el negocio de la noche. La calle la Mar, les Fonts, la Marina de Dénia, el Moll de la Pansa y también Marqués de Campo se han vuelto más noctámbulos.

Marqués de Campo, de hecho, se despereza ahora tras los años de la crisis, cuando incluso en esta artería comercial se cerraron no pocos negocios. Ahora empieza otra vez a bullir de actividad. Pero este gran bulevar tiene tantas caras que no termina bien de definir su identidad. Quizás es así porque su principal rasgo sea el de la diversidad, el de ser una calle comercial y al tiempo de restaurantes y, además, residencial. Conciliar los intereses de todos es un difícil sudoku.

El actual gobierno local, de PSPV y Compromís, está convencido de que tarde o temprano (y mejor temprano) Marqués de Campo debe seguir el signo de los tiempos y convertirse en un bulevar peatonal. En verano, la calle sí es a medias peatonal. Se cierra al tráfico a partir de las 14 horas. Pero hasta ahora nadie se ha decidido a dar el paso de despejarla para siempre de coches. Mientras, la mayor parte de las ciudades sí peatonalizan sus centros urbanos y sus calles más comerciales. Hay un argumento irrefutable: a menos coches, más tranquilidad y menos contaminación.

Sin embargo, en Marqués de Campo, el debate tiene su intríngulis. Los comerciantes son reacios a la peatonalización. Los hosteleros, en cambio, la ven con buenos ojos; ganarían espacio para sus terrazas. Y los vecinos quieren tener voz en el debate. A priori, sin coches ganan en sosiego. Pero vuelven la vista a la cercana calle Loreto, peatonalizada y tomada por las terrazas de bares y restaurantes (a veces es incluso difícil pasear), y les asaltan las dudas. En la calle Loreto se ha producido un éxodo de vecinos. No es fácil pegar ojo en una calle que se acuesta tarde.

Peatonalizar tendría en una calle con tanta historia otro efecto positivo. Pese a las torres de pisos de dudoso gusto que se levantaron durante el desarrollismo, Marqués de Campo ha mantenido su antigua traza burguesa. El bulevar tiene incluso un aire británico, revela la influencia estética de exportar pasa (las grandes compañías eran inglesas) al mercado anglosajón. Sin coches, esa historia saltaría más a la vista..

Mientras llega la peatonalización, la calle se va transformando. A sus residentes les suena ahora el despertador bien temprano. A las 8 de la mañana saltan a la fuerza de la cama. A esa hora se ponen los obreros que esta semana han iniciado la construcción de un hotel en el solar que ocupaba el antiguo bar Mediterráneo, demolido a las bravas y sin respetar sus elementos arquitectónicos protegidos (la fachada de cerámica e inspiración modernista tenía gran valor patrimonial y sentimental). Los primeros trabajos, los de cimentación, son muy ruidosos.

Al tiempo, el ayuntamiento está lijando las resbaladizas aceras de Marqués de Campo. Estas obras también son estridentes. Las losas, antes pulimentadas y brillantes, han perdido lustre, pero han ganado en adherencia. Quienes paseen por las aceras en un día de lluvia ya no temerán resbalar.