Deseando entrar en acción, anoche estuvimos en Villamar. Cada uno de nosotros se llevó lo que el grupo de los de los Fantys le ha asignado. Shu Ying, una linterna grande que tiene siempre en el cajón de la mesilla de noche y que usa para ir al baño por las noches. Gary, los walkie-talkies, Violeta, el bloc de notas. Miguel trajo el teléfono móvil de su madre, que tiene las funciones de linterna, grabadora y máquina de fotos, porque ella no lo usa en verano.

Quedamos en el parque municipal, cerca de la fuente, a las ocho y media de la tarde, así llegaríamos sobre las nueve al nuevo centro cultural, cuando cierran. Gary y yo llegamos y nos sentamos en un banco de piedra. Hasta nosotros llegaba el agua en forma de rocío que nos refrescaba mientras esperábamos a nuestros amigos. Enseguida llegaron Shu Ying y Violeta. Shu Ying nos enseñó la linterna que llevaba. Le había puesto pilas nuevas para que no nos dejara tirados en nuestra visita a Villamar. Sabíamos que Miguel llegaría tarde como siempre, así que nos pusimos a ver las esculturas de las Meninas hechas con materiales reciclados que rodean la fuente, cuyo autor es Jesús Soler. Latas de refrescos, teclados y piezas de ordenadores, cables, tapones y un sinfín de cosas que ha pintado el artista para formar unas Meninas modernas.

Miguel llegó corriendo con una excusa preparada para que no nos enfadáramos. Esta vez dijo que su madre le había hecho ir de compras al supermercado antes de salir si quería que le dejara el móvil. Vicent no nos podía acompañar porque se iba al cine de verano con su amiga Marina. Nos veríamos en a plaza de la iglesia, donde proyectaban la película «Robin Hood», después de ir a Villamar.

Cuando llegábamos a la casona vimos alejarse a la conserje en su moto. Dimos una vuelta alrededor de la valla de piedra hasta que encontramos un lugar por donde nos decidimos a saltarla ayudándonos unos a otros. No era muy alta y no resultó difícil saltarla. Gary me tuvo que coger en brazos y pasarme a Violeta, que estaba sentada en la pared. Me soltaron y me puse a correr como un loco. Lo próximo iba a ser entrar por la terraza de arriba, a la que se podía acceder trepando por las columnas que la sostenían. Miguel y Shu Ying de nuevo subieron antes que nadie por ser los más ágiles. Empujaron fuertemente la puerta que daba acceso desde la terraza a la antigua vivienda y consiguieron abrirla. Después se dirigieron a la planta baja y nos abrieron una ventana por la que entramos los demás.

Mientras Miguel y Shu Ying seguían liderando al grupo con sus linternas, nosotros íbamos mirando. Yo además iba oliendo por todas partes. La belleza de la mansión nos impresionó. Artesonados decoraban los altos techos y pinturas en algunas paredes. Las puertas tenían pomos de cristal coloreado. Los suelos hidráulicos presentaban diferentes diseños en cada una de las estancias. Las vidrieras de de ventanas y claraboyas iluminaban las escaleras de madera barnizada. Estábamos tan embelesados que olvidamos que había ido a investigar. Menos mal que Gary, con su sentido práctico, dijo que para ser más rápidos podíamos hacer dos grupos: Gary, Shu Ying y yo recorreríamos la planta baja; Miguel y Violeta, la planta superior. Nos separamos en la escalinata que daba acceso al piso de arriba, por donde desaparecieron nuestros dos amigos, no sin antes recordarnos mutuamente que no podíamos entretenernos admirando la reconstrucción que se había hecho o haciendo fotos, que era lo que no paraba de hacer Miguel, sino que teníamos que buscar pistas de un fantasma. Ese era nuestro cometido. Teníamos los walkie-talkies en caso de que fuera necesario comunicarnos urgentemente. Miguel haría una foto o grabaría solo cosas importantes y Violeta escribiría lo destacable. Luego pondríamos en común nuestras impresiones.

Estuve husmeando por todos los rincones. Cuando llegamos a la cocina, los olores de las comidas hechas allí todavía impregnaban las paredes, y me sentí transportado a un pasado donde se disponía de todo el tiempo del mundo para guisar. Cuando los estofados, cocidos, arroces y asados se hacían a fuego lento para que fueran más sabrosos y jugosos. En la puerta de la despensa me puse a ladrar con tal ímpetu que Gary la abrió. Éste y Shu Ying se miraron con los ojos muy abiertos: había una escalera descendente. «Vamos», dijo la niña sin pensarlo demasiado.

Bajamos los tres iluminando el camino con la potente linterna de Shu Ying. Fui el primero en descubrir una puertecilla cerrada con un candado al fondo del sótano al que los escalones nos habían conducido.Era evidente que servía de almacén este espacio, pero no sabíamos adónde llevaba la puerta. No teníamos a mano nada que nos sirviera de ganzúa para abrirla. Gary llamó a Miguel y a Violeta a través del walkie-talkie para que nos trajeran cualquier trozo de hierro que encontrasen con el fin de poder abrir la cerradura que impedía llegar a no sabíamos qué sitio. Tardaron como cinco minutos en unirse a nosotros. Habían registrado en los cajones de la cocina y en los muebles hasta que vieron, debajo del fregadero, un alambre enrollado uniendo las asas de una cesta que colgaba del tubo del desagüe.

Extraído del libro

«El fantasma de Villamar»

Autora: Áurea López

Ilustraciones: Évely De la O

Editorial : Casa Eolo